Luis García Montero
Una notable diferencia separa la primera experiencia narrativa de Luis García Montero (Granada, 1958), Mañana no será lo que Dios quiera, de este segundo título, No me cuentes tu vida. En aquella se imponía el discurso del poeta relatando la vida del amigo, buscando hacer justicia a la voz de Ángel González, el poeta. Ahora el empeño parece arrancar de una ambición personal, tiene formato de historia(s) de amor, y busca el abrigo de la ficción para conciliar las paradojas del hombre, comprometido con una realidad donde reina el desconcierto, con las contradicciones del padre, obligado a reconducir su posición frente a un hijo que expresa su rechazo a la herencia del padre con ese rotundo "no me cuentes tu vida".Una coincidencia revalida los dos casos: hacerse cargo de la realidad. Aquí es la distancia generacional el tema que vertebra el conjunto. Pero dejarlo ahí sería simplificar una novela cuya hondura y trascendencia se mide en el alcance de los temas que trata y la poderosa construcción verbal sobre la que se sostiene. Para entenderlo habría que aclarar que este relato sigue los pasos de cualquier historia: los personajes son tres generaciones de una familia española y otra rumana; el marco temporal abarca la posguerra, el exilio, la Transición y la más reciente actualidad; la escena va y viene de España a la Europa del Este, y el argumento teje y desteje la experiencia vital de Juan Montenegro (un calco de la biografía del propio autor), su educación sentimental y la de su hijo, y, alrededor de uno y otro, Lola, su mujer, Mariana, la joven rumana que se ocupa de la casa, y las dos abuelas, con sus respectivas historias. Todos cobran entidad en la voz del padre, quien reparte el protagonismo entre los nietos, los hijos y los abuelos; esa sería la dirección de este relato. Aunque la flecha del tiempo va y viene, porque es razón de este ejercicio emocional dar consentimiento al presente con el permiso del pasado.
Pero vayamos a la historia. La acción la desata la propia realidad, que asoma durante unos días familiares de un verano, en Rota, cuando Ramón, el hijo, manifiesta resistencia a preparar oposiciones. Además, sus padres descubren la relación que mantiene con Mariana. Cuando cambia la vida familiar y todos deben reacomodarse. Cuando se disparan las preguntas sobre el porvenir, y estas tiran del pasado y del presente. Cuando, revuelve en su herencia sentimental y pone en pie la memoria de unos y otros: la historia de la abuela rumana, la de la madre y la nieta. Cuando decide acortar distancias buscando encontrar la manera de comprender el mundo en el que su hijo busca abrirse camino.
Decide, entonces, encarar la brecha abierta desde la intimidad de su escritura, como un diario donde escribe, piensa, discute, anota consideraciones, hace y deshace, y lo llena de recuerdos, personas, lugares. Y ahí sucede lo mejor del libro: su interés es tal que, una vez dentro, no hay quien salga. Lo que cabe en ese cuaderno, que va del Henares al Danubio, es la experiencia condensada en palabras mayúsculas: amor, vida, generación, familia, exilio, compromiso, diferencias, entendimiento, inmigración, solidaridad. Lo que logra es importante y necesario: abrir paso a las conjeturas; que la historia siga en sus lectores y sean estos quienes la prolonguen en una conversación interminable.