Traducción de Richard Gross. Pre-Textos. Valencia, 2013. 398 páginas, 30 euros



Al inicio de Por el camino de Swan, el protagonista experimenta cierta desorientación al despertar. Ha viajado y no sabe con certeza si aún se halla en su habitación o ha cambiado de escenario. Es una experiencia habitual y sin connotaciones dramáticas, salvo que hayas pasado una temporada en un Lager o un Gulag. En Si esto es un hombre, Primo Levi nos contaba que su mente nunca se liberó del recuerdo de Auschwitz. Al abrir los ojos cada mañana, escuchaba la voz que les obligaba a salir de los barracones. Sólo el suicidio logró poner fin a esa reviviscencia.



A los noventa años, Fred Wander (Viena, 1917-2006) seguía despertándose a media noche, con la misma inquietud: "¿Dónde estoy? ¿En Viena, París o Buchenwald?" La experiencia de la deportación no finaliza con la anhelada liberación, sino que se prolonga interminablemente con forma de pesadillas, sentimientos de culpa y espanto moral. La buena vida o la serenidad ante el horror no es un testimonio más sobre la Shoah. De hecho, Wander ya recreó sus años como prisionero de los nazis en El séptimo pozo (1971), una obra que reelaboraba su estancia en Auschwitz y Buchenwald, utilizando la ficción para lograr cierta distancia emocional y un relato objetivo de los hechos. La buena vida recoge casi un siglo de ilusiones, pérdidas, lecturas, desengaños y una inequívoca voluntad de sobrevivir a cualquier forma de adversidad. Wander está muy lejos del pesimismo de Jean Améry o Kertész, pero suscribe su interpretación sobre los campos de exterminio.



Es imposible afirmar que las matanzas de judíos, gitanos y otras minorías constituyen una anomalía histórica felizmente superada. Auschwitz no es "un desliz", sino la quintaesencia de una cultura donde imperan la barbarie capitalista y el virus nacionalista. No se puede hablar de "civilización" cuando el ser humano es rebajado a mercancía o se divide y enfrenta a los pueblos con argumentos raciales, míticos o lingüísticos. Wander señala desolado que la violencia nunca ha cesado. Sólo se ha desplazado. Las víctimas ahora se encuentran en Sudán, Chechenia, Afganistán o el África subsahariana, verdaderos agujeros negros donde la humanidad sufre los mismos ultrajes que afligieron a los europeos bajo los distintos regímenes totalitarios.



Wander creció en Viena, sin conciencia de ser judío, indiferente al dogma religioso y sin ninguna militancia política, salvo una identificación sentimental con la izquierda, que explica la decisión de instalarse en la RDA después de la guerra. La decepción no tardará en llegar. El marxismo convertido en religión oficial mata el espíritu y estrangula la creatividad. La invasión soviética de Hungría en 1956 y la Primavera de Praga en 1968 disipan cualquier lectura indulgente sobre las intenciones del Kremlin. Sin embargo, Wander no renuncia a sus convicciones socialistas. Al igual que su íntima amiga Christa Wolf, no se cansa de denunciar la impunidad y pervivencia del nazismo en Austria y la República Federal, donde los verdugos a veces escalan hasta la presidencia del gobierno (K. G. Kiesinger, Kurt Waldheim). Las dictaduras burocráticas del otro lado del telón de acero no son menos abyectas, pero eso no significa renunciar a la filosofía de Marx, convenientemente actualizada por el humanismo, el feminismo y el pensamiento vivo de la Escuela de Frankfurt.



Wander no es un activista ni un teórico, sino un hombre tranquilo y con un gran sentido ético que nunca reniega de la vida. Su dilatada existencia le permite pasar por varios matrimonios. Ninguno le dejará una huella tan profunda como su relación con Maxie. Las páginas dedicadas a su enfermedad y muerte son particularmente hermosas. Su estancia en el Mediodía francés no es menos emotiva y revela las excelencias de una prosa que rehúye la retórica, sin descuidar el lirismo. La calidad moral de Wander se pone de manifiesto incluso en su visión de otras especies. Escandalizado por el trato que sufren los perros en las zonas rurales, escribe: "No sabemos nada realmente del amor, si no queremos a los animales".



La buena vida es un extraordinario libro que pone de manifiesto la capacidad del hombre para trascender cualquier proceso de deshumanización. Wander nos enseña que el peor fracaso es no ser capaz de amar al otro e ignorar su sufrimiento.