Dolores Redondo. Foto: Alfredo Tudela

Destino. Barcelona, 2013. 432 páginas, 18'50 euros. ebook: 12'99 euros



La novela negra derivó de la historia de detectives clásica, cuyas bases establecieron autores como Wilkie Collins, Conan Doyle o Agatha Christie. La novela negra es, además, una de las más sensibles a los cambios sociales. Una de las razones que explica su renovación es el nuevo rol que ha adquirido lo femenino, y es probable que esa sea una de las razones por las que tiene hoy tantos adeptos. Ya no se trata de un terreno exclusivamente masculino, sino que hay una larga lista de autoras entre los más celebrados del género: desde Patricia Highsmith, pasando por Sue Grafton, Fred Vargas o Karin Fossum.



Pues bien, en esta estela debe situarse la novela de Dolores Redondo (San Sebastián, 1969). Es una novela negra fiel a las reglas elementales del género: hay asesinatos violentos, detectives, y la indispensable mirada moral hacia el mundo, contrapuesta a la inmoralidad absoluta del criminal. Pero hay también un poderoso personaje femenino principal asumiendo el papel del héroe clásico: la inspectora Amaia Salazar. Será ella la encargada de investigar una serie de crímenes cometidos en el bosque de Elizondo. Las víctimas son niñas y el asesino sigue un extraño ritual místico con los cuerpos.



El debate entre lo masculino y lo femenino es constante en la trama: de hecho, la propia protagonista es consciente de tener mucho que demostrar sólo por ser mujer en un entorno masculino. Las víctimas son mujeres y algunas de las sospechosas también. El desarrollo es ágil y creíble, y alterna la investigación con elementos propios de otros géneros, desde la literatura popular a la trama intimista. Por otro, la investigación fuerza a la inspectora a regresar al pueblo donde nació y a enfrentarse a los fantasmas de su pasado: la madre que no la quiso, la hermana autoritaria, el negocio familiar que no quiso continuar... todo sostenido sobre la solidez de los personajes. La novela, en esta parte de la trama, se convierte en una reflexión sobre la capacidad de elegir el propio destino y sus consecuencias.



Redondo ha construido una trama compleja, admirable, entretejiendo tres tradiciones literarias que a priori nada tienen en común y dotando al conjunto de alicientes suficientes para los lectores de novela negra y también para quienes aborrecen el género.



Su historia viene a demostrar aquello tan manido, que pocas veces puede pregonarse con tanta rotundidad: no importa a qué género, temática o corriente pueda adscribirse una determinada obra, porque al cabo sólo existe buena o mala literatura. Y esta es de la buena.