Jean-Luc Godard

Anagrama. Barcelona, 2013. 218 páginas, 17'90 e. Ebook: 13'99

Un año ajetreado es una encantadora y bien escrita novela autobiográfica de Anne Wiazems- ky (Berlín, 1947) sobre la iniciación a la primera madurez, sobre la educación sentimental, sobre la capacidad y las dificultades de cambiar en tiempos de cambio: el París de 1966-1967. La protagonista del relato, en primera persona, es una chica de 19 años, hija de la burguesía ilustrada, que todavía va al colegio, acaba de perder la virginidad y se propone estudiar Filosofía, cosa que hará en la naciente y bullente universidad de Nanterre, donde conocerá a un alumno agitador y ligón, poco después universalmente conocido como Dani el Rojo (Daniel Cohn-Bendit), líder de los acontecimientos del Mayo francés.



Pero la chica no es una chica cualquiera. Es nieta de François Mauriac, Nobel de Literatura, el escritor católico más importante de Francia, y también antiguo simpatizante de la República española, miembro que fue de la Resistencia antinazi y partidario de la independencia de Argelia. Un espécimen muy francés (casi inédito en España): hombre muy culto, conservador en lo moral desde su catolicismo, pero de talante liberal y abierto en lo político y social. Y la chica tampoco es una chica corriente porque acaba de ser la protagonista de Au hasard, Balthazar (1966), la obra maestra de Robert Bresson sobre las relaciones y vidas paralelas de una muchacha y un burro, experiencia agobiante -el director la acosaba y la tenía prisionera- que Wiazemsky contó en, en 2007, en La joven (El Aleph).



Anne Wiazemsky narra ahora, en Un año ajetreado, cómo, imprudentemente, escribió una carta a Jean-Luc Godard diciéndole que lo amaba, cómo iniciaron una difícil y fascinante relación y cómo se casaron al cabo de un año. Godard y Wiazemsky estuvieron casados más diez años. Ella fue de inmediato la protagonista de La chinoise (1967) y de otras seis películas (por lo menos) del Godard más rupturista y comprometido. Continuó siendo actriz para otros directores poco convencionales (Ferreri, Pasolini, Tanner…), y ha escrito guiones, ha dirigido documentales, ha hecho teatro y, con creciente reconocimiento, ha publicado, desde 1988, una docena de novelas variadas. Con un estilo sencillo y minimalista, cuidadoso de los detalles, Wiazemsky hace, en Un año ajetreado, una novela confesional, testimonial, una novela que es un relato de experiencia: la novelización, si se quiere, de un episodio biográfico. Aquí está, desde luego, el "air du temps", el fresco impresionista y cotidiano del París del momento, contado un poco al modo de una película de la Nouvelle Vague.



Los cinéfilos, qué duda cabe, van a apreciar el minucioso retrato personal de un efervescente Jean-Luc Godard, en plena adscripción maoísta, que recorre la ciudad en un Alfa Romeo y no duda en pasear a la perrita de su muy joven enamorada. Está divorciado y tiene 17 años más que Anne. A veces, se comporta como un risueño profesor, un Pigmalión que regala libros y lleva a la chica a ver películas de sus directores favoritos. Otras veces, aparece como un tipo posesivo, celoso, iracundo, inseguro, inestable y llorón, no siempre conforme con que su novia reciba clases particulares del filósofo Francis Jeanson, evocado en estas páginas junto a otras celebridades como Truffaut, Rivette o Bertolucci.



Cambios. Mientras la joven Wiazemsky pasa de crisálida a mariposa en los brazos impetuosos de un artista tan consagrado y polémico como Godard, la novela nos cuenta, muy hermosamente, otros dos cambios no menos relevantes: el de su abuelo y el de su madre. La adolescente Wiazemsky quiere mucho a ambos, sobre todo al abuelo, por quien siente, además, un gran respeto. El abuelo y la madre se oponen frontalmente al romance de la menor, lo que provoca sufrimiento y dudas en ella. La novela describe, creando dos magníficos perfiles, cómo, poco a poco, el abuelo y la madre van cambiando de actitud -al hilo de los tiempos que cambian-, van ganando en tolerancia y apertura hasta aceptar el enamoramiento de su muy querida nieta e hija -flor a proteger-, su paso a la edad adulta y a otro modo de vivir y pensar, de la mano del divorciado artista revolucionario. Esta otra intrahistoria de Un año ajetreado refuerza el valor del libro y confirma la capacidad literaria de su autora.