Carme Riera. Foto: Santi Cogolludo

Alfaguara. Madrid, 2013. 214 pp. Madrid, 2013

La recreación literaria de la infancia se mueve entre dos extremos: el paraíso perdido o la consideración como una época de precariedades e infortunios, cuando no terrores. Tiempo de inocencia insinúa desde el propio título una posición independiente de ambos límites. La rememoración de esa edad seminal que aborda Carme Riera (1948) en esta obra incluye episodios de gozo y felicidad y también anécdotas y percepciones que alejan la idealización. Si el sentimiento del paisaje, con el que la niña mantiene intensa comunión -ambientes y olores, el campo y el mar-, asegura gozosas vivencias, su autopercepción como una chica feúcha le proporciona amargas desazones.



La postura de neutralidad de Riera tiene que ver con su específica concepción del libro y no supone una protectora ambivalencia. Desde el punto de vista de su género literario, no se trata de unas puras memorias de infancia, pero tampoco de un relato novelesco, como lo he visto calificado en algún sitio. Por una parte, evita el ensimismamiento en las vivencias de un tiempo que dilata hasta entrar en los diez o doce años, e incluso hasta asomarse, rompiendo su propia frontera cronológica, casi en la preadolescencia. Por otra, tampoco se toma licencias fantaseadoras de la biografía, o, al menos, yo no percibo que lo que cuenta esté distorsionado más allá de las lagunas o jugarretas debidas a la infiel memoria. Parece como si Riera, gran lectora y estudiosa de poesía, hubiera tenido como guía de su escritura el conocido verso de Wordsworth, "El niño es el padre del hombre". Bajo un impulso semejante a esta idea, la infancia en la que ella bucea tiene siempre un correlato en la persona mayor, en la abuela que ya es, y toda la materia evocada aparece desde una múltiple perspectiva adulta, sentimental, analítica o histórica. Por eso, Tiempo de inocencia, sin dejar de ser unos emocionados recuerdos infantiles, es crónica de un tiempo, elegía de una época, eso sí, sin blandenguerías pseudopoéticas.



Por supuesto que Riera recuerda datos básicos de la experiencia infantil: impresiones de soledad, temores, gustos, aficiones... Pero son elementos que, cual magdalena proustiana, remiten por derroteros asociativos a situaciones de aquel entonces, o incluso, anteriores, o posteriores. Así, la rememoración se convierte, de hecho, en crónica de época enfocada hacia dos grandes objetivos, una tierra y una clase social. La tierra es la natal de la memorialista (habría que decir al modo de Clarín que la nacieron en Barcelona), la Mallorca recuperada en el idilio campestre y en los hábitos urbanos, con pulsión etnográfica. Especial atención obtiene la lengua, los usos verbales que Riera recobra, explica o reivindica sin duda movida por su profesión de filóloga, pero también porque a la sensibilidad hacia el deterioro del idioma le atribuye idéntica significación que Delibes. La clase a la que pertenece la autora, la burguesía acomodada, aunque algo venida a menos, con ascendientes poderosos como el general Weyler, da lugar a un retrato familiar de alcance social. Tiempo de inocencia es un libro cuajado de plásticas estampas que, frente al actual fetichismo cosmopolita, muestra la vigencia y el valor del costumbrismo bien aquilatado.