John Irving. Foto: Domenec Umbert

Traducción de Carlos Milla. Tusquets, 2013. 467 páginas



Afirmaba mi director de tesis, el profesor Pérez Gállego, que cuando una novela caía en tus manos había que sopesarla, sentirla y observar detenidamente la portada, pues todo ello formaba parte de la experiencia de la lectura. No siempre sigo al pie de la letra su doctrina, pero sí suelo observar con detenimiento la portada. En esta decimotercera novela de John Irving (Exeter, USA, 1942), observé con detenimiento la portada: una fotografía en blanco y negro de la espalda de una joven abrochándose el sujetador. Algo llamaba mi atención sin saber muy bien qué, hasta llegar a la página 110, cuando Bill, el narrador, reflexiona: "Para mi sorpresa, deseé probármelo al instante: quería saber qué se sentía al llevar puesto un sujetador." (las cursivas en el original). La fotografía de Mark Die retrata la espalda de un hombre, y no una mujer, como revelan sus manos.



Y ese es el trasfondo de esta novela, la transexualidad y las consecuencias que ello conlleva. O tal vez fuera mejor decir la historia de la sexualidad en los Estados Unidos en los últimos cincuenta años. Irving, como bien saben sus seguidores, gusta de exponernos ante asuntos de índole social. La singular madre de Garp, Jenny Fields, En el mundo según Garp, representaba la revolución feminista; en Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (llevada al cine como Las normas de la casa de la sidra) se trata la espinosa cuestión del aborto; y en esta última, la bisexualidad.



El protagonista es William Abbott, Bill, quien, aproximándose a los setenta años, recuerda lo que ha sido su vida de bisexual: "Supongo que yo intentaba ser sexualmente mutable" (p. 135). Ahora es un escritor reconocido y el relato de los últimos cincuenta años, desde aquel día que su padrastro le llevó a la biblioteca y conoció a la señorita Frost, se convierte en el relato de la sexualidad en Estados Unidos. Durante ese tiempo parece que nada ha cambiado para los bisexuales, pues ni los heterosexuales ni homosexuales se fían plenamente de ellos. Ésta es una de las posibles lecturas, tal vez la más obvia, pero, como en el resto de sus novelas, Irving tiene mucho más que ofrecernos. Y eso que Bill parece haber sido concebido con similares mimbres que anteriores héroes. Los paralelismos con Garp son obvios, pues Bill tampoco conoció a su padre y también, como aquél, quiere ser escritor.



La escritura -"Para leer, como para escribir, lo único que uno necesitaba era una relación creíble pero formidable" (p. 51)- o, para ser más precisos, la literatura, es también uno de los temas de interesante reflexión que aparecen en el libro ya desde la primera frase: "...llegué a ser escritor porque leí cierta novela de Charles Dickens a la formativa edad de 15 años.." (p. 15) Y la culpable de ello fue la referida Srta. Frost, la bibliotecaria, con quién quiere acostarse Bill de igual forma que ser escritor... el orden es lo de menos. La mujer es un transexual, años antes apuesto joven campeón de lucha libre (sí, también en esta vuelve a aparecer su deporte favorito). No es el único personaje con implicaciones sexuales en la trama: también el abuelo de Bill participa de parecida caracterización, pues interpreta papeles femeninos en distintas obras teatrales. Son los personajes adultos positivos opuestos a una madre mucho más tradicional, como tradicional es la pequeña comunidad de First Sister, Vermont (sí, también acontece en Nueva Inglaterra). Sin olvidar sus dos padres, el adoptado y el biológico. El primero es quien le introducirá en el mundo del teatro, y aparentemente repudia al segundo, "...yo no deseaba ser el vástago de mi padre fugado..." (p. 24), aunque respecto a ambos se muestra ambivalente. También los personajes jóvenes se diseñan de forma similar; su amiga Elaine resulta tan positiva como la señorita Frost pero Tom, que morirá de SIDA llegando a contagiar a su mujer, y Kittredge, campeón de lucha greco-romana y de cuya madre se enamorará, se retratan de forma ambivalente cuando no negativa. No debe pasarse por alto la estancia de Bill en Madrid, donde en buena medida concluye la novela aunque, como siempre, Irving juega magníficamente con el tiempo. Aunque menciona otras zonas, su aventura madrileña transcurre fundamentalmente en Chueca: "Tuve la sensación de que Hortaleza era una calle bulliciosa de sexo gay comercializado" (442).



La "filosofía" de la novela puede resumirse en la frase que le dijo la Srta. Frost en su juventud y que también él, en su madurez, le repetirá al hijo de Kittredge cuando al saber que es bisexual le pregunta "¿Cree que eso es normal, o natural, o que inspira compasión?" y le contesta: "Querido mío, por favor, no me etiquetes, ¡no me conviertas en categoría antes de conocerme!" (p. 467).