Marta Sanz. Foto: Unai Pamplona
Daniela Astor y la caja negra es, sobre todo, un buceo en la personalidad de una muchacha, Catalina, cuyo tránsito a la adolescencia se sitúa en los años de la transición, evocado desde el recuerdo del mismo personaje al acercarse al medio siglo de vida, en un vaivén donde los puntos de vista narrativos de ambas etapas se entremezclan enriqueciéndose mutuamente: "A mis casi cincuenta años, no me puedo permitir un relato nebuloso de la niñez. Ésta es una historia sobre el adulto que todos los niños llevamos dentro y también sobre la niña que se ha quedado dentro de mí" (p. 173). Catalina y su amiga Angélica viven en un mundo ficticio y actúan, juegan y a veces se comportan de acuerdo con los modelos que se han creado a imagen y semejanza de actrices, modelos o bellezas famosas. En ese ámbito ideal, Catalina es la Daniela Astor del título y su amiga Angélica será la adinerada Gloria Adriano, con una historia cosmopolita que incluye su experiencia en una comuna hippy.
Esta búsqueda adolescente de una personalidad propia, ajena a los modelos paternos, hace que el entorno de ambas chicas esté formado por noticias y anécdotas acerca de personas conocidas del mundo del espectáculo. Conviene añadir que se trata siempre de datos reales, registrados por periódicos y noticias televisivas detalladamente acreditados en el texto que subrayan la veracidad de la etapa histórica que enmarca los hechos. Personajes como Susana Estrada, María José Cantudo, Amparo Muñoz, Marisol, Ana Belén, Carmen Cervera o Bárbara Rey, así como la evocación de series televisivas (Vacaciones en el mar, Los ángeles de Charlie) o disertaciones referidas al cine del destape o de terror de la época, constituyen el entorno de las dos amigas. Las otras noticias -las referencias a crímenes terroristas, la tragedia del camping de Los Alfaques, la "operación Galaxia", etc.- son objeto sólo de levísimas alusiones que se desprenden, como palabras sueltas, de las conversaciones de los mayores, ajenas al mundo infantil, porque la perspectiva que gobierna esta reconstrucción de aquellos años es la de la adolescente Catalina. Los juegos ilusorios de las amigas van debilitándose paralelamente a su transformación física, pero también cuando la relación de los padres de Catalina se trunca y la madre sufre la pena de un severo código penal. En el momento del reencuentro de madre e hija debió terminar la novela, sin la adición de esas páginas sobre la entrevista televisiva de Bárbara Rey que poco añaden al conjunto.
La reconstrucción de la mirada adolescente de Catalina, que incluye páginas magníficas como su acecho del padre de Angélica o el excelente retrato de la abuela Rosaura, contiene abundantes sutilezas e impecables muestras de una escritura hilvanada y coherente (así, cierta frase de la página 154 es ininteligible si no se recuerdan datos desperdigados en las páginas 72 y 150) y con escasos desfallecimientos (salvo algún tópico, como el de "correr un tupido velo", pp. 145 y 241). En cambio, las llamadas "cajas" que contienen las escenas ya citadas de personas famosas -cuya razón de ser es indudable- llevan consigo un germen de caducidad. Toda novela refleja, se quiera o no, un momento histórico, pero los datos que aquí se acumulan para recalcarlo pertenecen a un ámbito perecedero, hasta el punto de que una edición de la novela de dentro de pocos años exigiría numerosas notas a pie de página que aclarasen el texto.