Durante el cautiverio, una voz narra, en secuencias alternas, la historia personal de una y otro mostrando las extrañas coincidencias que evidencian sus respectivas personalidades y vivencias, hasta el punto de desatarse entre ellos una especie de fascinación impulsada por la percepción de sentirse compartiendo experiencias íntimas similares.
Y lo que ocurre es que la aventura real, el discurrir temporal y la geografía física del relato resultan excusa pretendida para poner a su servicio a estas dos personalidades en busca de una realidad en la que sentirse libres: de culpas, deudas y dependencias afectivas. De modo que el primer plano de la composición lo ocupa el territorio emocional de la pintora, verdadero motivo vertebrador de la memoria de las emociones que pretende narrar su autora, la escritora y también pintora barcelonesa Eugenia Tusquets, autora de libros (El cuadro perdido de Picasso y La seducción del gintonic) por los que discurre su seductora capacidad para fabular con el arte y la creación.
Ni qué decir tiene que frente a la débil composición narrativa está el discurso, que logra hacerse grato y ameno, porque sabe rodearse del imprescindible anecdotario de referencias generacionales (culturales y sociales, desde la década de los 70 hasta la época actual). Lograr trascender el sentido del arte no es poca ni vana pretensión en un ejercicio de este tipo. Aunque lo cierto es que al envoltorio argumental se le puede pedir más.