Luis Artigue
Como novela negra cuenta con su investigador, un pintoresco Mr. Batel, a sueldo de la sala de subastas Christie's, que llega a Violincia tras el rastro de la original flauta-pipa de Mozart, desaparecida tras la muerte del compositor. El inesperado crimen se unirá así al objetivo de su investigación. El narrador de la historia es un excéntrico personaje, Lauro Arrabal -repárese en el apellido-, profesor y escritor, que dirige su relato a un psiquiatra, circunstancia aclarada al final y que convierte el discurso en algo muy semejante a lo que ya ensayó Cela en Mrs. Caldwell habla con su hijo y que aquí no conviene desvelar.
La narración de Lauro es una completa y peculiar reconstrucción de Violincia y sus gentes, con historias de tan espléndida inventiva como la de doña Enriqueta, que se finge traductora de novelas que ella misma escribe, o las de personajes bien perfilados, como Silia y Assumpta la Emperadora, la chamana Amalia María, el Gomas y el homeópata Arnau. El procedimiento caracterizador, siempre con tintes caricaturescos, se apoya sobre todo en el lenguaje, lleno de largas circunlocuciones eufemísticas, en una línea que trae ecos atenuados de Valle-Inclán, de Noel, de Cela. Las prostitutas del visitadísimo club que da título a la novela serán, por ejemplo, "licenciadas en generosidad sexual" (p. 34), "abrazadoras a sueldo" (p. 60), "veteranas expertas en el mal amor" (p. 61), "trotamundos de alterne" (p. 62), "nocturnas cantineras de la carne» (p. 101), «obreras del encamado ardor" (p. 171), "sanadoras del analfabetismo sexual" (p. 174), "chicas con amor ambulante" (p. 205), "chicas de maldad remunerada" (p. 208), "legionarias del deseo" (p. 239) y otras denominaciones. El psiquiatra será "investigador de tinieblas mentales" (p. 134) o "psicogurú" (p. 138). "Tu alma acaba de convertirse en un ave migratoria" (p. 187), sentencia Lauro dirigiéndose a su madre recién fallecida. Los personajes y sus historias, las situaciones -incluida la paródica explicación de los sucesos durante la representación colectiva del Auto de Navidad- revelan una inventiva poco frecuente, y a todo ello le corresponden la deliberada prosopopeya del discurso, repleto de meandros y pormenores, y algunos humorísticos usos idiomáticos. Acaso ciertas anécdotas de las que se entreveran a lo largo del relato tienen alguna debilidad y hubiera convenido aligerarlas, pero, en conjunto, la frondosidad de la narración no estorba una lectura divertida en la que caben el retrato, la caricatura y los elementos oníricos, porque, como asegura el narrador, "mi literatura no es un correlato de la vida -para eso están ya los notarios-, sino de los sueños, los misterios y los prodigios; de la otra vida" (p. 187). Todo adquiere, además, súbita gravedad y significado con el inesperado epílogo que la corona y que permite reflexionar incluso acerca de las condiciones de la creación literaria o de su valor como sustituto de la realidad. Novela recomendable, sin duda.