Martín Casariego. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
Esos ingredientes se refieren a los sentimientos, problemática propia del conjunto de la obra del autor. Dentro de ella, ahora se centra en la amistad y la lealtad. Y lo hace con un cambio sustancial en el tratamiento de su afición hacia las manifestaciones del alma. Suele hacerlo sin medias tintas, o con una visión amable o con densidad desgarrada. En esta obra, en cambio, hallamos ambos extremos. De un lado, asistimos a la exploración penetrante en el territorio de la amistad fraternal; de otro, a la sinrazón atormentada y silenciosa de la culpa. Presenciamos, en suma, el debatirse de unas conciencias entre lo que saben y callan, entre los nobles instintos y el disimulo.
Estos interesantes mimbres psicológicos se sostienen en un argumento que no requiere mayores efectismos que una escueta anécdota. La novela se contenta con referir un buen puñado de lances de la pasión por el alpinismo que José y Lucas comparten. Los dos protagonistas se conocieron hace lustros y desde entonces han desafiado una y otra vez. Testigo del reto de afrontar y superar los propios límites ha sido la mujer de José, Susana. Y fedatario de todo ello, el hijo, Adrián, a quien hay que reprocharle un papel que chirría y resulta poco convincente al usurpar los atributos del narrador omnisciente.
Dicho así parece una historia algo simple. Poco a poco, sin embargo, se va abriendo a otros registros. Abundan en ella las referencias literarias y artísticas, pero no son adherencias culturalistas sino materia del relato. Se menciona Crimen y castigo de Dostoievski y es un apunte intencionado al servicio del verdadero tema del libro, la culpa. Se habla del alpinismo desde sus orígenes en la Ilustración y tampoco será colorismo erudito porque los pioneros y sucesores sirven para señalar flancos positivos y negativos de tan esforzado ejercicio, cuyas exigencias muestra, por cierto, la novela en el intenso pasaje del ascenso al Mont Blanc con una vibración y plasticidad magistrales, al nivel de las mejores recreaciones de deportes épicos. Se habla también de otros asuntos: el amor, el pseudo donjuanismo, la lealtad, la vocación... o la muerte. Tampoco se trata de los motivos complementarios que piden las convenciones del género porque se convierten en sustancia de una novela filosófica, apoyada en frecuentes referencias librescas. La complejidad constructiva responde, en fin, al propósito de evitar el lastre melodramático que amenaza al conflicto y proporcionarle un aire moderno, sin exageraciones.
De resultas de estas opciones, Un amigo así es una novela culta, meditativa y amena, una historia cuya aparente sencillez encierra una densidad que apela a las emociones y a la razón.