Ramón Saizarbitoria

Traducción de M. Saizarbitoria. Erein. San Sebastián, 2013. 720 páginas, 27 euros





Tal vez la más alta cumbre de la novela en lengua vasca está representada por Martutene, de Ramon Saizarbitoria (San Sebastián, 1944), premio de la Crítica 2012 en euskera. Su enorme ambición sale al paso por doquier, empezando por su extensión y acabando por su afán de totalidad en la interpretación del País Vasco, sin descuidar la creación de personajes redondos y una prosa de suma eficacia narrativa y riqueza léxica. Hay en el aliento de esta gran novela no poca herencia de la grandeza de Tolstói y de la obsesiva precisión estilística de Flaubert, autores ambos de lectura preferida por algún personaje de Martutene.



Martutene es un barrio de San Sebastián, zona residencial desde comienzos del siglo XX. Trazada su geografía con exactitud realista, aparecen los personajes que pueblan los focos espaciales privilegiados. En el plano individual Martutene se centra en las relaciones de pareja entre dos matrimonios que han entrado en decadencia: Martin es escritor y Julia, traductora, mientras que Abaitua y Pilar son médicos (ginecólogo y neurocirujana). La llegada de una joven socióloga norteamericana representa un revulsivo para ambos maridos, con importantes cambios también para las esposas.



Sin entrar en el desarrollo de la trama, con episodios de amor y sexo, celos e infidelidades, combinados con problemas laborales hasta la fatal tragedia o venganza, hay que ponderar que la novela trasciende dicho plano individual para profundizar en la revisión crítica de la historia, sociedad, política y cultura del País Vasco. Lo hace partiendo de las relaciones personales de los dos matrimonios, con la novedosa perspectiva de Lynn y su visión de la realidad que va conociendo. Pues Julia tiene un hijo adolescente de su primer marido, muerto en actividades terroristas; familiares de Pilar apoyaron a Franco en la guerra, pero evitaron muertes en el lugar cuando llegaron los nacionales, Abaitua y Pilar tienen un hijo implicado en traslado de explosivos, Abaitua es nacionalista y médico íntegro, contrario a las tropelías de algunos colegas, pero también algo cobarde para comprometerse de verdad. Así pasamos del plano concreto a un alcance colectivo en el análisis del tejido social vasco, contrastando la vida en la ciudad con la más atrasada en el campo y dando cabida a múltiples aspectos del mundo vasco, desde la historia, la gastronomía y el folclore, el nacionalismo, la intolerancia religiosa, el terrorismo y el fin de la violencia, hasta cuestiones literarias, sobre la difícil separación entre realidad y ficción, pasando por la lengua, los mitos vascos y la necesidad de desmitificación.



El gran mérito literario de la novela se acrecienta con su riqueza simbólica. Solo hay espacio para destacar tres aspectos. En el plano colectivo el más importante lo vemos en el parto domiciliario (facilitado por Abaitua para respetar las creencias de la madre) de la peruana casada con el chico de Sagastizabal, empeñado en recuperar aquella heredad y en hacer de su hijo Peru un buen vasco, más allá de los ocho apellidos requeridos por la ortodoxia étnica. En la dimensión individual destaca el simbolismo premonitorio de la estatua con el ángel sosteniendo a un soldado caído con su espada rota en una plaza de Burdeos, donde se fotografiaron Abaitua y Lynn durante su excursión. Con ello entramos en el simbolismo de Lynn, quien empieza siendo ángel liberador para Abaitua y acaba encarnando una angustiosa conciencia de culpa. Y el personaje de Lynn nos lleva a otro de los máximos valores de la novela: su desarrollo concebido como síntesis de vida y literatura. Pues Lynn es personaje procedente de la novela de Max Frisch titulada Montauk (1975), en la cual el autor suizo recreó su experiencia amorosa autobiográfica en Long Island, cuando tenía 63 años, con la joven Lynn, que la editorial le ofreció como guía. Lynn está presente en varios planos, como personaje de la novela autobiográfica de Frisch y como personaje de Martutene, real y ficticio a la vez y, por ello, realificando a los demás. Los personajes principales de Martutene leen Montauk, que aparece como referencia continua en situaciones vividas por los dos matrimonios e incluso proyecta su sombra en las narraciones que Martin escribe con su vida junto a Julia, ficcionalizados ambos en las criaturas de Faustino Iturbe y Flora Ugalde.



Se me ocurre algún reparo: la desmesurada extensión, que se hubiera podido aligerar con depuración y selección de episodios secundarios. Los otros dos son fácilmente corregibles: el elogio sentimental del acordeón no es un cuento de Baroja (p. 687), sino un sublime remanso lírico incluido en la novela Paradox, rey; y la proliferación de leísmos incorrectos en castellano cuando el pronombre tiene función de complemento directo referido a persona femenina, que afean la traducción bien hecha de una novela que merece figurar entre las más grandes de principios del siglo XXI.