Edward Lewis Wallant
DOS. En El prestamista, Sol Nazerman es un polaco superviviente del Holocausto que ha ido a parar a Harlem, donde regenta una casa de empeños bastante sórdida que le sirve a un mafioso para blanquear dinero y a su empleado puertorriqueño, Jesús Ortiz, para ganarse un sueldecito mientras sueña con montárselo tan bien como "los judíos". Nazerman mantiene a su cuñada, a la familia de su cuñada, a la viuda de su mejor amigo y al padre de esa viuda. Enseguida intuimos dónde quedaron la esposa, los hijos y el mejor amigo de Sol Nazerman, pero Wallant no nos ahorrará detalles cuando la memoria y las pesadillas tomen al asalto estas páginas.
TRES. Aquí se cruzan una historia de los bajos fondos neoyorquinos con el relato de un superviviente de la Shoah; dos modelos de narración cruda que reconocemos al instante. La mezcla funciona con gran honestidad, aunque algunas cosas exigen contexto: buena parte de las evocaciones de Auschwitz nos pueden parecer un poco acartonadas, porque hoy sabemos que ese infierno tenía unas hechuras muy específicas que Wallant probablemente no podía conocer al detalle en 1961. Desde entonces, hemos pensado mucho el fenómeno y hemos alzado con enorme respeto un canon de su literatura memorialística. También hemos aprendido una lengua, su léxico gélido: por ejemplo, "sonderkommando".
CUATRO. Pero en El prestamista, lo esencial es exacto: el vacío del superviviente, que es una decisión sin más alternativa que la de ahogarse en el horror. Sol alude a la existencia de otro mundo a una escala tan diferente del habitual que la mayoría ni siquiera podemos entender las emociones que genera. Sol sabe que él ha emergido de allí reducido a la negación de no haber muerto. Leyendo la novela, recordé una frase de Aleksandar Tisma: "nada hermoso podía empezar con la libertad".
CINCO. Otro cruce en El prestamista: el inacabable mapa de los tópicos sobre lo judío (asumidos o negados o parodiados con humor descacharrante) resuenan sobre cierta iconografía cristiana que induce a las ideas de sacrificio y redención. Una teología luminosa y sencilla en torno al amor. Suele mencionarse a Dostoievski a propósito de esta novela: pensemos en ello. Por ejemplo, pensemos en una prostituta que, como escribió Jünger, le descubre a otro "el tesoro del ser y sabe sacarlo a la luz para él". Tal vez se llame Sonia y habite en San Petersburgo; tal vez sea la negra, escotada y sensual Mabel Wheatly de la novela.
SEIS. La ciudad y la miseria que alberga desfilan ante la mirada del prestamista. El préstamo como lo contrario de la esperanza, aunque ésta sea su coartada. La novela de Wallant es un corro de derrotas; a veces pueden ser cómicas, pero nunca inofensivas. Frente a ellas, el dinero ofrece un salvoconducto, una lógica inapelable y antigua. Una humillación tan abstracta que parece aséptica pero resultará no serlo.
SIETE. Partiendo de El prestamista y del prólogo que le escribe su traductor Eduardo Jordá (excelente trabajo), vale la pena recuperar la adaptación cinematográfica de Sidney Lumet, en la que Nueva York es un territorio cercado por vallas y trenes, y recuperar, sobre todo, Los inquilinos de Moonbloom. Libros del Asteroide la editó con un prólogo efervescente de Rodrigo Fresán y es una novela en cuya tristeza risueña se puede vivir.