Lola López Mondéjar. Foto: E. P.
Un conflicto intenso y dramático asegura a un narrador mínimamente competente el interés de su obra. De tal situación parte Lola López Mondéjar (Murcia, 1958) para desarrollar La primera vez que no te quiero. La madre de la protagonista quiso ahogar a la niña recién nacida, Julia, y luego, durante toda su vida, hasta los 29 años que tiene cuando cierra la narración de su amarga experiencia vital, la chica ha sufrido mil y un conflictos amargos. La infancia y adolescencia trascurrió entre el modelo de una madre convencional que la hija rechaza y un padre despótico. De ahí vino la determinación juvenil de forjarse una personalidad propia e independiente que incluye la rebeldía política y la búsqueda ansiosa de una plenitud que intenta en sucesivas entregas a hombres que la explotan o maltratan, en sucesivos episodios de mala suerte: su amor apasionado nunca encuentra la correspondencia ansiada y su frustración le lleva al intento de suicidio.Todo ese proceso iniciático lo cuenta la propia Julia en un relato que responde al esquema de la novela de formación. Y, como suele suceder en este modelo clásico, la historia se cierra cuando el aprendizaje de la vida se ha cumplido, aquí con un extraño final feliz. La peripecia tiene esa carga de dramatismo a la que aludía al comienzo y ofrece momentos intensos de dolor y de situaciones casi extremas que emocionan por sí mismas y por los recursos que utiliza la escritora, quien escribe el memorial con la vista puesta en un destinatario inespecífico que bien puede identificarse con el lector (aludido en un "ya les contaré"). Pero una peripecia tan intensa, tan conmovedora, tan suscribible por su última razón de fondo (denunciar la discriminación histórica y actual de la mujer y reivindicar una nueva Eva autónoma, libre de las hipotecas de género) no basta por sí sola para garantizar su buen resultado literario.
A lo largo de la novela se mezclan intuiciones psicológicas e imaginativas fértiles y decisiones de contenido y forma poco acertadas. Sobre todo planea un problema que radica en el punto de partida: la autora ha sucumbido a la tentación de meter demasiados asuntos en su historia y su línea principal se difumina entre una excesiva diversidad de materiales. En las andanzas de Julia se engarzan la cuestión de la clase social, un vistazo crítico a la historia de nuestro país en los años de la transición, una crónica de las falsedades de los socialistas que llegaron al poder en los 80, exposiciones sobre terapia psicoanalítica, digresiones sobre el lenguaje, apuntes morales sobre la maldad...
Entre tanta materia, el conflicto de identidad de Julia se difumina en una hojarasca de digresiones. El ir y venir de la mujer de hombre a hombre resulta repetitivo, sin hondura. Tal planteamiento determina la composición de La primera vez, que consiste en un agregado de informaciones del ayer y del pasado próximo y el presente que se alternan en pasajes por lo general cortos. A la postre, resulta un procedimiento convencional que nada ayuda a entrar en los desgarrones íntimos de Julia. Un monólogo interior (sacar la biografía "al azaroso vaivén de la asociación libre", del que habla Julia) habría resultado más verdadero y moderno. Quizá le ha faltado a la autora la capacidad de riesgo que habría redondeado las pretensiones que inspiran semejante indagación. La seriedad y ambición de López Modéjar obligan, a pesar de estos reparos, a darle un voto de confianza.