Premio Francisco Casavella. Destino, 2013. 183 pp. 16'90 euros. Ebook: 11'39 euros.

Mariano Quirós (Resistencia, Argentina, 1972) era un niño durante los años oscuros de la dictadura de Videla y la actividad de los montoneros. Sin embargo, éste es el núcleo temático en torno al cual gira Tanto correr. Hay cierto peligro -al que han sucumbido varios escritores españoles al novelar una guerra civil que no vivieron- en la reconstrucción de una época y unos hechos ajenos a las vivencias del autor. Quirós, sin embargo, ha sorteado airosamente el riesgo. Todo el relato está organizado en el presente de un diario: al comienzo son las palabras de un niño de corta edad; más tarde es el mismo convertido en adolescente y joven aficionado a correr que confiesa sus primeros amores, sus marcas de cigarrillos preferidas o sus primeras lecturas, y por último, años después, se ha convertido en forzoso cronista de los procesos judiciales contra los torturadores del régimen anterior.



En la primera parte, las persecuciones y crímenes de la dictadura llegan al narrador de un modo brumoso; es el lector quien debe rellenar, con su conocimiento de los hechos, los huecos informativos, al igual que la actividad política de sus padres, como parece lógico en una percepción infantil, aunque por su amistad con un niño cuyo padre es juez le llegan pronto los primeros detalles acerca de las escalofriantes torturas que sufren algunos presos. Luego, la lectura de algunos testimonios, ampliada con originales diversos que va conociendo en el taller literario del profesor Romero, al que asiste mientras estudia periodismo, va completando y enriqueciendo su visión del pasado reciente. Lo vivido por otros, conservado en forma de escritura, se incorpora a su propia experiencia -que es lo que sucede con la lectura- y lo habilita para transmitirla como tal.



El narrador se convierte en cronista de sucesos extraídos de testimonios escritos o recogidos en las interminables declaraciones de testigos y acusados durante el proceso por la criminal matanza de Margarita Belén. Inevitablemente, el punto de vista es un escueto y ayuno de todo sentimentalismo -como corresponde a quien no ha sido testigo directo ni víctima de los hechos-, lo que no disminuye la eficacia de la denuncia que el relato contiene, por la frialdad de algunas descripciones espeluznantes de torturas brutales que revelan hasta qué increíbles extremos de maldad puede llegar el ser humano. Nunca es inútil mantener viva esa experiencia, por doloroso que resulte conservarla en la memoria, y la literatura es un instrumento de probada eficacia para ello.



Como relato escrito -en apariencia- sin pretensiones literarias y presentado más bien como transcripción de fragmentos de diario, Tanto correr es, en su sintaxis y su léxico, un brillante ejercicio de idioma coloquial culto, donde no faltan voces lunfardas incorporadas ya al habla cotidiana, como pajerear ‘estar ocioso', mina ‘muchacha' patovica ‘portero de discoteca', cana ‘cárcel', piola ‘avispado, asturo' o bancar ‘soportar', entre otras.



La historia reciente planea sobre estos personajes, apenas esbozados pero de perfiles netos, como los padres del narrador, el profesor Romero -cuya presencia facilita ciertos excursos sobre la función de la literatura- o el enigmático Carneri. Pero es también un peso muerto del que, inconscientemente, el narrador tiende a liberarse. Su pretensión de participar en carreras de maratón y su relación adulta con Zoe, que concluye, en las últimas líneas de la novela, con la decisión de tener un hijo, equivale al cierre de un pasado para abrir el camino a un futuro libre y propio. No es difícil sospechar aquí que, sin proclamas ni alharacas, el personaje se convierte en estas líneas postreras en representante de una aspiración colectiva.