Wendy Guerra. Foto: Carlos Alba
Wendy Guerra (La Habana, Cuba, 1970) sabe utilizar en sus narraciones los mejores resortes de su formación híbrida literario-cinematográfica. Esta vez elige el ángulo de una hermosa modelo de color, Nirvana (Nina), que desde la niñez se supo tan diferente (negra entre blancos), como orgullosa de su origen (azúcar negra, no refinada). El texto enfatiza el fracaso de la pretendida igualdad preconizada por el socialismo castrista, pues el racismo nunca desapareció en la isla. Guerra brinda una extensa reflexión (cómica y seria) sobre la negritud en Cuba, recorriendo de paso los reveladores campos semánticos que la denominación 'negra' ha tenido a lo largo del tiempo.Como en otros libros de esta autora, el erotismo y una sexualidad narrada con fuerza expresiva y sin tapujos se convierte en uno de los motores de la novela: los amantes masculinos y femeninos de la protagonista propician vivos capítulos en los que una encendida prosa poética corre sabiamente en paralelo. Ser modelo "comercial" en un país donde "todo conspira contra el mercado", entraña toda una paradoja, y también ser negra y tener relaciones con blancos de clase bien, o frecuentar sus barrios: no tardarán en aparecer la obsesión identificatoria de las patrullas policiales ("Compañerita, ciudadana, identifíquese") y las retenciones en comisaría. Escapar de las tradiciones del culto mágico afrocubano parece casi imposible, incluso para esta mujer moderna y descreída.
Todo conspira para reintegrarla a un origen ancestral de matriarcados, ensalmos, recetas y cultos purificadores, donde se "reedita la historia" y pronto o tarde se cumple el destino de su raza. Un viaje a Francia supone sólo una escapada temporal. La figura de Philippe, viejo sesentayochista galo que hoy vive un burgués "socialismo sucrée" representa un encuentro con la pasión y el amor, pero también la crítica a las limitaciones de una generación que jugó levemente a cambiar el mundo guardando la ropa. Guerra revive con eficacia aquel imaginario político-cultural de los setenta. Hay aquí una rememoración de Las Habanas del pasado (la hermosa ciudad de Cabrera Infante, o la de aquella visita de Sartre y Beauvoir (con el fracaso posterior de sus predicciones de libertad y justicia)... "Parecíamos parte del mundo, pero era el momento definitorio en el que ser diferente tenía un precio que nos hizo únicos, sí, pero también nos alejó de todo ese Occidente asombrado por este experimento". Cuba ("zoológico paternalista") es el país que se critica, pero también el que se ama y añora, y el que Nina defiende ante la arrogancia de un "primer mundo" en el que no es oro todo lo que reluce. Las páginas de Marsella son en esto emblemáticas.
La cuarta parte del libro, con el retorno a la isla, presenta desmayos respecto a la intensidad de las páginas anteriores. Finalmente nos sumerge en una tragedia casi anunciada, que Guerra sabe contar, como buena cubana, sin descuidar el humor y un profundo sentido del absurdo.