Shusaku Endo

Traducción de Vicky Vázquez. Ático de los Libros, 2013. 288 páginas, 21 euros

Shusaku Endo (Tokio, 1923) se libró del reclutamiento en el ejército imperial japonés gracias a su mala salud, pero creció bajo la sombra de la Guerra del Pacífico. Educado en la fe católica y con estudios de literatura francesa en Lyon, Graham Greene sentía un gran aprecio por su obra. De hecho, sus universos narrativos se asemejan en el planteamiento de dilemas morales que muestran la importancia del factor humano. En Cuando silbo (1979) Ozu es un excombatiente que añora su adolescencia, cuando se enzarzaba en pequeñas escaramuzas con otros chicos de su edad y rondaba tímidamente a las chicas, sin infringir la cortesía tradicional entre los sexos. Fletán, un joven torpe, atolondrado y de buen corazón, era su mejor amigo. Ambos se enamoran de Aiko, atenta, afectuosa y discreta, pero la guerra les separa. Durante la contienda, ninguno se caracterizará por su espíritu militar.



Años más tarde, Ozu forma una familia y se convierte en el padre de Eiichi, un médico ambicioso y sin escrúpulos. El azar dispondrá que Aiko se cuente entre sus pacientes. Enferma de cáncer, Eiichi probará con ella un medicamento experimental, sin ignorar que dañará su hígado. Shusako Endo no resuelve la trama con un final ejemplarizante, sino con la triste derrota de los que se mantienen fieles a sus principios. Toda la novela está impregnada de fatalismo y melancolía. Con una prosa sencilla, transparente, casi invisible, Endo profundiza en el interior de sus personajes, reflejando sus temores, ilusiones y desengaños. No se advierte ninguna complacencia con el agresivo nacionalismo del general Tojo, pero se echa de menos el reconocimiento del genocidio cometido por Japón. De niño, Endo vivió en la zona japonesa de Manchuria, donde se cometieron las peores atrocidades. Aunque no haya sido testigo directo de los actos de barbarie, no estaría de más que la novela, ambientada en los años de la guerra y la posguerra, incluyera alguna alusión a los crímenes contra la humanidad del ejército japonés.



Endo opta por describir la desmoralización de una nación que se ha incorporado al capitalismo salvaje renunciando a los códigos morales del pasado. La brutalidad de Tojo y sus conmilitones traiciona el talante de épocas anteriores, donde se respetaba al enemigo vencido y no se comerciaba con seres humanos. Los experimentos de Eiichi y sus colegas con pacientes terminales contrastan con la rectitud de Ozu, que cree en lo humano, lo solidario y lo fraterno. Cuando silbo es una gran novela que se lee sin esfuerzo, pero sin ninguna concesión al esquematismo. Sin mitificar el "mundo de ayer", Endo apunta que "las cosas hermosas están despareciendo" en un país atrapado por la codicia y el individualismo disgregador. Sin embargo, aún sobreviven algunos gestos, que preservan la dignidad de todos. Aiko, que perdió a su esposo durante la guerra, no quiere enfrentarse a una intervención quirúrgica, sin antes limpiar y adornar su tumba. Eiichi estima que es una preocupación absurda, pero Ozu, lejos del cinismo de su hijo, no puede concebir la existencia sin ternura. De hecho, hacia el final se acerca al mar de Ashiya. Sabe que se ha transformado en un terraplén de cemento, pero al contemplar el vacío sus ojos se humedecen ante el recuerdo de la belleza irremediablemente perdida.