Cristina Cerezales Laforet

Destino. Barcelona, 2013. 365 páginas, 19 euros

Florinda y Andrés, protagonistas de El pozo del cielo, de Cristina Cerezales Laforet (Madrid, 1948), usan los respectivos alias Ariadna y Teseo. Así se refieren a su peculiar relación sentimental: el hombre necesita el hilo de la clarividente y resuelta mujer para orientarse en el laberinto de sus incertidumbres. El mito griego funciona como una atinada comparación en el seguimiento de una pasión agonizante en la que Madrid reemplaza al Naxos clásico.



La intensidad del trato amoroso complejo de la pareja constituye un primer objetivo de la autora y lo aborda por medio de un análisis psicológico muy intimista. Pero de ninguna manera Cerezales pretende hacer solo el diagnóstico de unos amores tumultuosos. Cierto que en ellos despliega los ricos matices del corazón al personificarlos en espíritus refinados, cavilosos y prestos a darles vueltas a sus sentimientos. Y que esa mirada, suma de impulsos instintivos y análisis bastante intelectual, constituye un factor básico de la novela y un aliciente por sí misma. Sin embargo, la meta del libro va más allá de una enrevesada historia amorosa. Podría decirse incluso que ésta es solo un pretexto para hablar de otra cosa. En realidad, El pozo del cielo tiene todos los ingredientes de una forma característica del vanguardismo narrativo del pasado siglo. Se trata de una novela de artista en la que la parte del león del contenido se refiere a dilemas del creador, encarnados en las artes plásticas, que son, por otra parte, la primera actividad creativa de Cerezales. Algunos grabados suyos que conozco me parece que tienen el mismo anhelo de captar lo insondable de la realidad que la problemática estética debatida en la novela.



La especulación acerca de la esencia del arte, de los retos del artista, del sacrifico para conseguir la expresión satisfactoria y de sus ambiciones trascendentes y casi metafísicas ocupa muchas páginas. Semejante materia, ardua y restringida, tiene, no obstante, un encaje narrativo eficaz porque se incorpora al argumento a través de otra historia de amor, la de Ariadna y un misterioso pintor, Sándor, abocado a solventar su arte entre un realismo comercial y la búsqueda de una expresión esencial que oculta en un espacio secreto cuya paradójica designación, el pozo del cielo, proporciona el título al libro.



Estos datos indican que Cerezales ha disimulado en el argumento objetivos muy serios. La forma también revela un planteamiento exigente. La historia discurre en capítulos alternantes en los que Florinda habla en primera persona y un narrador en tercera cuenta las vicisitudes de Andrés. Ambas tramas confluyen, pero también se bifurcan y en conjunto ofrecen un animado caleidoscopio anecdótico. Además, y sobre todo, un buen recurso inventivo que no debo desvelar juega con la verdad de la historia y el insospechado quiebro proporciona originalidad a las relaciones de la pareja. Debe subrayarse, en fin, el acompañamiento de un puñado de personajes atractivos y variados.



La atención constructiva no disimula, sin embargo, un tipo de relato convencional poco moderno y en el que se echa en falta oído para lo conversacional (aparte de incurrir varias veces en la ortografía errónea del "si no" condicional). Lo más valioso de la novela es el intenso análisis que Cerezales hace de las relaciones entre arte y vida. Merece la pena leerla por el modo de tratar ese minoritario asunto a través de una historia a la vez intelectual y emotiva.