Galbraith es el seudónimo de J.K. Rowling
Cormoran Strike tiene una sola pierna, un pasado de trinchera, una infancia trotamundos y un despacho maloliente en el que amontona las cajas de cartón que acaba de sacar del piso que compartía con su ex, Charlotte. También tiene un caso que no parece un caso, porque tiene que ver con un suicidio que sólo quizá pudo ser asesinato, y una secretaria temporal (recién llegada de una agencia llamada Soluciones Temporales) que no piensa irse a ningún sitio. Cormoran Strike podría ser la versión loser de un excéntrico profesor de Hogwarts cualquiera, pero es un detective, el primer detective ideado por Miss Harry Potter, o Miss Rowling, quien, decidida a experimentar cómo era aquello de publicar sin que nadie supiera quien eras, de dejarte leer sólo por aquellos interesados en tu historia y no en tu fama, se inventó un tipo sin pasado (el tal Robert Galbraith) y puso su experimento en el mercado, dando por supuesto que todos en la editorial callarían, por muy mal que fuesen los números. Supuesto que no tardó en saltar por los aires debido, con toda seguridad, a las modestas ventas de su muñeco de trapo. Y así fue como, una vez más, la Rowling que pretende abrirse camino en el mundo de la literatura para adultos tuvo que vérselas con su viejo yo, el yo que creó a Harry Potter.Dicho esto, lo cierto es que cualquier lector habitual de Rowling podría haber fruncido el ceño ante la que sin duda es la virtud más clara de El canto del cuco: la construcción de personajes. Porque, si bien la trama trata de imitar, sin demasiado éxito (la falta de elipsis en una historia que no es una gran historia, aunque su intento de reflexionar sobre aquello que la fama destruye sin remedio sea concienzudo, ralentiza la acción y eterniza los interrogatorios), la de una historia detectivesca al uso, los personajes que la sustentan están condenamente bien construidos, increíblemente matizados, con detalles de casi cuento de hadas (como el del guisante congelado en el anillo de la secretaria, Robin, al descubrir que su futuro marido no es tan comprensivo como creía). Pero, si bien es cierto que una buena historia depende de que sus personajes sean buenos y estén tan vivos como lo están (siempre) los de Rowling (como los de Una vacante imprevista, su primer intento de escribir una novela para adultos), también es cierto que una novela negra necesita de algo más (la dosis exacta de suspense, el consabido puñado de pistas suministradas a su debido tiempo), un algo más en el que Rowling no se mueve, como suele decirse, como pez en el agua.
Le falta soltura, sí, pero, sobre todo, precisión, a una historia que se alarga más de la cuenta en, decíamos, excesivos interrogatorios que la Gran Dama del Crimen, Agatha Christie, era capaz de ventilar en pocas pero suculentas líneas de diálogo. De ahí que sus novelas resultaran tan devorables. Y de ahí que el primer disparo de Galbraith / Rowling resulte un pequeño patinazo. Un pequeño patinazo con una pareja protagonista tan buena que podría figurar entre las parejas clásicas del género si la historia estuviera a su altura.