Daniel Gascón
En Entresuelo, del autor Daniel Gascón (Zaragoza, 1981), el narrador Daniel Gascón vive en un piso de Zaragoza que perteneció a sus abuelos, y a lo largo de veinte capítulos ese marco casi geográfico acoge recuerdos ("todos los recuerdos son inventados") propios y ajenos aparentemente dispersos, sin voluntad de estructura cerrada. Es el tipo de libro que topará con el escepticismo de los enemigos, que abundan, de lo autobiográfico o autoficcional aplicado a realidades corrientes. A mí, muy atraído por la literatura de la memoria, también cuando es una memoria joven o de clase media, me intriga que nuestra generación suela pensarse a sí misma desde la alusión simultáneamente nostálgica e irónica al paisaje de la infancia y adolescencia (que es en gran medida un paisaje comercial): juegos, canciones, programas de la tele, marcas de helado.Algo de esto está presente en Entresuelo, aunque el alcance de la memoria convocada sea mayor. Esta lectura generacional, que siempre tiene algo de inexacto, se refuerza si recordamos los parecidos (superficiales pero indudables) que vinculan este libro a Todo aquello que una tarde murió con las bicicletas, de Llucia Ramis: dos miradas treintañeras sobre el propio pasado, conscientes del solapamiento entre ficción y realidad, que se potencian y ajustan en función de la familia, de sus códigos internos, sus mitologías privadas, sus contradicciones. Gascón, autor de , entre otras, La vida cotidiana (Alfabia, 2011), retrata en Entresuelo a una familia de clase media española: unos abuelos cuyos esfuerzos de posguerra asentarán la prosperidad razonable de su descendencia; unos padres y tíos que viven la Transición y el hundimientodel catolicismo como homogeneizador social; unos nietos viviendo entre la comodidad, la decepción y una indefinible melancolía, probablemente ridícula. Sólo dos matices relevantes aportan exotismo a este cuadro: que es una familia con libros y que es una familia feliz.
Leo Entresuelo desde la complicidad, sonriendo a menudo, reconociendo los chistes recurrentes del abuelo, los veraneos, la atmósfera de provincia habitable, la ternura admirativa que anima el retrato del padre o la polifónica cena familiar que cierra el volumen. Pero no creo que este reconocimiento sea un asunto sólo biográfico, algo que resultaría bastante irrelevante en esta reseña. Si menciono esa complicidad, es porque la considero una virtud de estilo. No es el material observado el que provoca ese efecto, sino la voz de Gascón, natural, afrancesada por vía cinematográfica, sin pose ni renuncia a lo azconiano, cálida y luminosa en tono deliberadamente menor. ¿Es una voz "realista"? Puede, si nos tomamos el término con la misma solemnidad que el propio Gascón en su libro anterior: "yo era un escritor realista: solo me masturbaba pensando en mujeres con las que ya había follado, y cuando escribía siempre decía la verdad".
Todo esto no significa que Entresuelo me parezca memorable. Sí lo es parte de su galería de personajes, sobre todo el abuelo Leoncio. En cambio, lo anecdótico (tejido esencial en un libro así)sólo me seduce a ratos. Puede ser divertido o evocador, como cuando se recita el léxico de Leoncio, tronchante y por eso mismo lleno de resonancias; pero otras veces se precipita por el cliché del "me acuerdo". Y las melodías de fondo, la sociológica y la poética, oscilan entre la sutileza y lo inaudible, aunque creo que nunca llegan a quebrarse.
De todas formas, más valioso que acumular aplausos o fruncimientos de ceño (queda claro que me parece una pieza irregular, y ya está) sería preguntarse si en el enfoque autobiográfico, sometido a límites tan inmediatos, Gascón confirma falta de imaginación o una imaginación delicada; incapacidad de generar una forma literaria o talento para reconocerla al trasluz. Yo creo que es lo segundo; y me alegraría mucho acertar.