Elvira Navarro. Foto: Random House

Random House. Barcelona, 2014. 160 páginas, 16'90 euros. Ebook: 10'90 euros

¿Cuánto de uno mismo, o de su propia experiencia, puede poner en juego el crítico literario sin desvirtuar su función? ¿Aceptará el lector que aluda a los muchos rincones de la cartografía trazada por Elvira Navarro (Huelva, 1978) en su nueva novela, La trabajadora, que remiten a lo que uno mismo ha vivido o visto vivir y escuchado relatar por parte de quien lo vive? Y en todo caso, ¿es necesario hacerlo, confesar que las confusiones "fieras, extenuantes" (dos adjetivos que estallan en el texto) que atraviesan este libro son las mismas que rodean a uno, y a veces hasta lo atraviesan? Hay un paisaje compartido por muchos en su superficie (precariedad, expectativas truncadas, asunción de que cualificación es sobrecualificación, piso compartido... Esa letanía) y en su sustrato (ansiedad, depresión). Por eso sí me parece interesante sacarme de la manga un "yo" y decir que el libro de Navarro es, en primer lugar, oportuno, hasta necesario. No sólo porque hable de la realidad, claro, sino porque lo hace con acierto literario y precisión analítica. Y esta última no es una palabra vana.



Navarro, propulsada al estrellato o al menos a la expectativa de lograrlo por altavoces de repercusión probada (de Bértolo a Mondadori), es una autora admirable en muchos sentidos, y La trabajadora probablemente sea su libro que más me ha interesado hasta el momento. La novela sorprende al lector con un arranque pirotécnico que cruza cunnilingus, plenilunio y período: pólvora suficiente para que a ningún reseñador se le olvide citarlo, y además justificada posteriormente de varias formas. La primera parte es una historia de cierta sordidez, más delirada que delirante, puntuada por anotaciones de quien la recoge. Es la historia, en fin, de un disturbio mental. La segunda parte permite situar la primera y explica de forma más o menos lineal las andanzas de una correctora de textos que se ha visto abocada a la condición de autónoma, periférica y compañera de piso con falso gotelé. Y la tercera es un breve zarpazo magnetofónico, para mí desconcertante en el mejor sentido posible.



El hilo conductor de esta estructura, no particularmente compleja pero dispuesta con muy buen sentido narrativo que no excluye la voluntad de impacto, es el que une precariedad y enfermedad mental. Pero la enfermedad no exactamente como metáfora, algo que resultaría más obvio, sino como correlato y punto de vista. Un barrio o un domicilio son puntos de vista, la ansiedad es un punto de vista, la derrota también. Vaya, lo son o los producen. En La trabajadora, un personaje (Susana) es indiscernible de la enfermedad, y el otro (Elisa) parece necesitado de entender qué lógica, relato, sentido, o vocación emergen con su enfermedad mental, y cuáles la anularían.



Navarro ha declarado en varias ocasiones que el suyo no es un libro sobre la escritura, y no parece sensato contradecirla. Pero ya que uno ha hablado de punto de vista, no estará de más señalar que la primera persona de La trabajadora (apuntalada por una prosa sensacional, inteligente, que sobrevive incluso a la tentación del subrayado que la asalta de tanto en tanto) es en realidad doble: no sólo Elvira Navarro, también Elisa decide narrar en primera persona cuando convierte en relato su propia vida o la de su compañera (y hasta la de su jefa). ¿Por qué? Tal vez porque, como escribió Luis Magrinyà (una cita suya encabeza la novela que nos ocupa) en Habitación doble, "uno debe trabajar con lo que tiene, sea lo que sea; no puede realmente inventarse a sí mismo". Elisa acoge fríamente a Susana porque no quiere a nadie que interrumpa su depresivo "divagar de mí misma a mí misma", y la mejor forma de evitarlo es incorporarla a esa divagación.



Retrato impecable y desubicante de Madrid y sus barrios, viaje nocturno con monstruo acechante al fondo, La trabajadora es una novela realista (¡que sí!) no tanto perfecta como poseedora de una rara intensidad intelectual, entre Gopegui y cierta cerebralidad nórdica. Y hasta lírica, sección desnudadora de retóricas huecas, como se aprecia en esta cita que ni siquiera parece escrita para ser citada: "desde que era autónoma y mi ánimo naufragaba". ¿Pero no era ese un bello futuro?