La parte inventada
Rodrigo Fresán
28 marzo, 2014 01:00Rodrigo Fresán
¿Esto (La parte inventada) de qué va? De que la literatura se está muriendo y mientras tanto alguien sigue escribiendo y así no muere todavía. De la Ausencia. De ser escritor. Porque hay un Escritor, y una hermana del Escritor, y aspirantes a escritor o escritores que aún no han sido editados o que ya no quieren ser escritores, surcando este libro. Va de padres e hijos. Va de muchas cosas, y en realidad sólo de una: de cómo el estilo empuja y empuja y forma una espiral tan atronadora como la del sonido orquestal en “A day in the life” de los Beatles. Su autor es un grande, Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), quien podría decir que “el fantasma borgiano aún sigue habitándome”. O mejor: “el fantasma de Fresán aún sigue habitándome”. Cosas que me gustan de La parte inventada: su banda sonora y los agradecimientos finales, quilométricos de nuevo. Su prosa tsunámica, que esta vez suena también a Kinks, a esa canción Big sky tan citada en el libro, y está atravesada por una tristeza crepuscular que no excluye ni el humor (“bebidas energéticas para escritores”) ni algo muy parecido al malhumor. El estilo de Fresán nos arrastra, tanto que se hace difícil escribir sobre él sin intentar estallar como él, un imposible. Y luego, La parte inventada tiene forzosamente que arrancar entusiasmos al lector (lector verdadero, y no farolero), porque es una defensa galopante e hiperbólica de la literatura como una operación placentera y desacomplejada, pero también densa y articulada. Una defensa que va arrojando a cada paso mil citas y senderos que remontar, de Scott Fitzgerald a Henry James, de Burroughs a Philip Roth, y sólo menciono algunos de los explícitos. ¿Cuántas cosas es La parte inventada? Imaginary essays, relatos y bocetos de relatos, y una novela-novela arquitectónicamente impepinable. Y desde luego, me gusta que Fresán se siga pareciendo a Fresán, a todos los Fresán que en el mundo han sido. Y cosas que no me gustan: paradójicamente, que Fresán pueda llegar a parecerse demasiado a Fresán (tentación en el horizonte). Y que La parte inventada falle en la construcción de su villano, de su Darth Vader. Hay un héroe magnífico en esta novela: la imaginación, la ficción como un hombrecito de hojalata con ruedecitas y una maleta llena de cosas. Un juguete que atraviesa el desierto de nuestro mundo técnico que ha convertido el ocio en el mero reverso de la cadena productiva, y que nos obliga a hacer el lerdo colgados de una pantalla de móvil o de libro electrónico (cuyo frenazo evidente en el mercado reduce, lástima, su apostura como Lord Sith). Ese es el Reverso Oscuro que pone gruñón a Fresán, y los días pares yo estoy de acuerdo con él. Pero literariamente, es al hablarnos de ello cuando el autor escribe con recursos menos deslumbrantes o imaginativos. Twitter y otras hierbas digitales o postureras no le sientan demasiado bien a Fresán, ni siquiera como adversarios: si al menos los abordara con esa ambigüedad semi-fascinada que exigen los grandes malos, o sostuviera su tono sarcástico más desatado, que es el que alcanza con cierto arrebato hemorroidal o cuando afirma que el Heigh-Ho de los siete enanitos suena casi como Sieg Heil... ... Pero no siempre es así. Y sin embargo, sometido por el ritmo y el impulso gravitacional del libro, acabo pensando que tal vez ese tenía que ser el trato displicente que recibiera el enemigo: no formar parte de la “parte inventada”. Que es, como se nos explica aquí, la única con “alguna estructura, alguna belleza”. En conclusión: La parte inventada es un libro que sabe por qué nos reta, y no necesita la unanimidad que inevitablemente recibirá, porque es enorme y fagocita y se desayuna nuestros “Me gusta” y nuestros “No me gusta”, esa categoría que Facebook no contempla y una lectura apasionada sí.