John Dos Passos. Foto: Archivo

Traducción de Camila Batles. Gallo Nero, 2014. 162 páginas, 16 euros

La ópera prima de John Dos Passos nació de sus observaciones directas en el frente francés durante la Gran Guerra, en la que se enroló románticamente este aprendiz de escritor antibelicista de 21 años más que nada "porque no quería perderme el espectáculo". Desde el título apela Dos Passos al género del bildungsroman, el camino hacia la adultez recorrido aquí a través de las armas, veta abierta por su paisano Crane en La roja insignia del valor.



De todos los autores de la Generación Perdida, Dos Passos es quien acusa mayor compromiso político en su literatura. Evolucionó del socialismo utópico al anarquismo, abrió como Orwell los ojos al anticomunismo durante la guerra civil española y acabó apoyando la paranoia del senador McCarthy. Este primer libro suyo pertenece a la primera época, de una ingenuidad muy americana, pero también inocente y lírica.



De hecho, en su factura formal de estampas de combate -descripciones barrocas pero vívidas del hastío de la trinchera, del "coágulo de arcilla" que abrían los bombardeos, del hedor a pulpa cadáver- advertimos más paralelismos con el estilo poético del Kaputt de Malaparte que con el gusto por la acción de Hemingway o del soldado Jünger. En su fraseo complicado advertimos la prosa primeriza, el tanteo estilístico de un aprendiz muy dotado pero aún tentado por la ampulosidad, que es el vicio original de todo escritor bisoño. Hay diálogos formidables, con un calado filosófico poco esperable del registro cuartelero. El joven Dos Passos no poseía el sentido del realismo sintético de Hemingway, su ojo para el instante revelador, y procede más bien por acumulación de escenas; así, su primera novela avanza gracias a un pulso casi periodístico antes que a una verdadera trama narrativa.



Se trata en todo caso de un debut literario poderoso, un testimonio novelizado que defiende la necesidad del pacifismo desde el fango, a través del detalle costumbrista, tremebundo, que regala a puñados cualquier guerra. Muchos otros lo hicieron en aquel conflicto que este año se conmemora mediante sus fórmulas personales: la filantrópica de Saroyan (a quien recuerda este primer Dos Passos), la satírica del gran Jaroslav Hašek, la vitriólica y nocturna de Céline. El futuro autor de Manhattan Transfer se fogueaba ya -y nunca mejor dicho- en el retrato impresionista, episódico, de la dudosa épica de la trinchera para captar más tarde, en su obra maestra, la aún más dudosa épica de la cotidianidad.