Georg Groddeck

Traducción de José A. Campos. Sexto Piso. Madrid, 2014. 424 páginas, 23 euros

August Müller es un hombre corriente y vulgar, que vive con su hermana y su sobrina. Su vida burguesa y sin incidentes solo ha conocido un hecho notable. Durante uno de sus viajes, conoció a un nieto de Goehte, que le regaló una silueta recortada por la mano del célebre escritor. Se trata de la figura de un hombre sentado sobre el globo terráqueo, examinando con una lupa el pubis de una mujer desnuda. August enmarca la composición y la bautiza de una forma elocuente: "Buscador de almas". La expresión simboliza que la clave del ser humano no se halla en un alma incorpórea, sino en la líbido, esa fuerza incontenible y misteriosa que late con la misma intensidad en hombres y mujeres, condicionando su comportamiento.



No es extraño que Freud se quedara fascinado con la única novela de Georg Groddeck (Bad Kosen, Alemania, 1866-Zurich,1934), médico y ensayista que mantuvo una fértil correspondencia con el padre del psicoanálisis, indagando el funcionamiento del inconsciente. Pionero de la medicina psicosomática, Groddeck se reveló como un maestro de la ironía y la introspección psicológica. Sus grandes dotes como narrador y humorista le inscriben en la tradición los mejores autores satíricos, pero también le acercan al Sade más descarnado.



Groddeck articula la trama de la novela a partir de un hecho trivial. Una invasión de chinches infesta la habitación de su sobrina. Sucesivos fracasos en el intento de exterminar a los parásitos, desembocan en un cuadro de escarlatina que le abre la puerta a la locura. August pierde el juicio en su guerra contra las chinches, pero por el camino su mente adquiere la profundidad de un Goethe apasionado, irreverente y temerario. Sus delirios -casi siempre coloquios con otro personaje- incluyen especulaciones sobre el pecado original, el onanismo, el mal, el devenir, lo psicofísico, el tedio, el heroísmo, la locura, el socialismo, la vejez, el deseo, el devenir, lo escatológico, la muerte. Sus frases son chispeantes, imprevisibles, deslumbrantes: "llegará el día en que la ciencia comprenda, a partir de la forma y la textura de las deyecciones, los pensamientos que ocupan la mente de una persona". August tal vez está loco, pero no desea la cordura del hombre común, cobarde, hipócrita y pusilánime. Su locura no es un desorden mental, sino una forma de subversión contra la moral, las normas sociales y el orden establecido. Polgar alabó la obra, pero estimó que Groddeck no era un verdadero escritor, sino un diletante. Su comentario no me parece justo. La novela discurre con fluidez, ignorando los cánones del género, una licencia que le imprime frescura, fuerza, originalidad, creatividad. Su visión del ser humano no es idealista, pues entiende que la compulsión sexual es la fuerza directriz de nuestra naturaleza, pero ese hecho no significa que lo espiritual no desempeñe un papel trascendental. De hecho, la enfermedad y las heridas son "el alimento de la perfección".



Los editores -casi siempre cobardes y timoratos- rechazaron el manuscrito, escandalizados por su voluntad provocadora y transgresora. No está de más recordar que la transgresión de los tabúes puede llegar a ser la tumba de un escritor. Mucho más valiente y clarividente, Freud estimó que la novela tenía un carácter científico y no pornográfico. De hecho, destacó su propósito de romper "las barreras entre lo orgánico y lo espiritual". Freud sitúa a Groddeck en la estela de librepensadores de la talla de Aristófanes, Rabelais o Haine, manifestando su indignación ante las amenazas de prohibir la obra por inmoral. En una época donde menguan las libertades y las esperanzas, leer El buscador de almas es un ejercicio de resistencia.