Chimamanda Ngozi Achichie
Las voces que anuncian el fin de la literatura pueden enmudecer, pues libros como el presente indican que el género novela tiene nuevos y fuertes paladines. Uno de ellos es Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 1977). Pertenece a esa clase de talentos, como el noruego Karl Ove Knausgaard, que han llevado la observación de la conducta humana a una altura desconocida. Sus textos permiten descubrir unos sentimientos que pocos somos capaces de racionalizar y menos de poner en palabras. Achichie es una novelista que te capta con los dos primeros párrafos, y desde ese momento no puedes dejar sus libros.Vive a caballo entre Nigeria y EE.UU., y escribe precisamente sobre el contraste entre ambos ámbitos culturales, las diferencias de trato racial y de sentido de la identidad, basándose en las experiencias vividas. Americanah es la palabra que denomina a un nigeriano que vive emigrado en América, y que cuando regresa a su país natal se le reconoce por su manera de hablar, de comportarse. Adichie se identifica como una Americana Africana, no como una Africana Americana, modo de llamarse de los negros nacidos al otro lado del Atlántico. Los últimos son hijos de esclavos, mientras los americanah vinieron al nuevo mundo en busca de fortuna. Como la escritora, que residió hasta 1997 en su país natal, para luego emigrar gracias a una beca universitaria. A la protagonista de esta obra, la joven Ifemelu, cuyo carácter y recorrido vital exhiben rasgos esenciales de la novelista, la conocemos ya adulta, cuando acude a New Haven a decir a su novio americano, Blaine, que lo deja porque regresa a Nigeria. Decisión voluntaria, incomprensible, pues ella, una mujer culta, que acaba de disfrutar una estancia en la universidad de Princeton, que mantiene un exitoso blog, se vuelva a un país plagado de problemas, no lo entiende nadie.
Un día, Ifemelu que ya es estudiante de primer año en la Universidad de Pennsylvania, y que pasa apuros para pagar su parte del apartamento compartido, tiene que acudir a consolar a un entrenador de tenis que, a cambio de cercanía y de una masturbación, le ofrece cien dólares, que ella necesita. Luego, la rabia y el asco la llevan a lavarse mil veces las manos y a dejar de comunicarse con Obinze. Así ella en la rica América ha caído en la misma trampa que, por ejemplo, su tía, que por necesidad era la segunda mujer de un general corrupto del ejército en Nigeria.
La rica textura de esta historia proviene además de que viene contada desde diversos ángulos, a través de las acciones de los diversos personajes. Constituye un fenómeno nuevo en la literatura. La narración está compuesta de múltiples segmentos, que vienen yuxtapuestos, como en Tirano Banderas de Valle-Inclán; la novedad reside en que cada segmento no está visto desde una misma perspectiva, la del narrador, sino desde la de un personaje. Esta técnica narrativa ha llegado a la novela del cine y de series televisivas como Breaking Bad.
La narradora de Adichie permanece como una observadora, que toma notas de la vida, y cuya verdadera afición, como el narrador de García Márquez, es contar historias.