Ramón Pernas

Premio Azorín. Planeta. Barcelona, 2014. 285 pp. 20 e. Ebook: 9'99 e.

Dos noticias aparecen el mismo día en el periódico local de Vilaponte. La elefanta Zara de 86 años ha fallecido junto a la carpa del circo Tívoli. En una residencia geriátrica ha muerto de forma no natural un viudo de idéntica edad. Ramón Pernas (Vivero, Lugo, 1952) arranca Hotel Paradiso con esta curiosa coincidencia que suscita prometedora curiosidad. Ambos sucesos tienen lugar en dicho pueblo costero gallego, ya conocido por otras novelas del autor y que constituye uno de esos lugares imaginarios, como el Macondo de García Márquez o la Celama de Luis Mateo Díez, donde se decanta metafóricamente la vida humana. En ocasiones le ha servido a Pernas como símbolo de confrontación social y política. Ahora lo emplea para otro tipo de enfrentamiento, familiar, con una intensa voluntad intimista. La novela es la historia de una enconada desavenencia matrimonial que se prolonga en los descendientes.



La trama se remonta al amor pronto fracasado entre un ingeniero mundano y de éxito, Javier, y una señorita sofisticada. Tuvieron varios hijos de quienes el padre se desentendió con fría indiferencia. También tuvo Javier un hijo, del que tampoco quiso saber nada, con una funambulista, a quien regaló una joven elefanta con motivo de su nacimiento. Estas anécdotas confluyen medio siglo después. El ingeniero se suicida en la residencia para viejos cuya construcción él mismo impulsó (y bautizó con ese paradójico "Hotel Paradiso") y donde los hijos le han recluido tras incapacitarle legalmente. A la vez, el circo Tívoli, cuyo propietario es el fruto de aquel amor añorado, actúa en el pueblo. Ambas familias se reconocen en esa ocasión y dejan constancia del foso que separa la intransigencia moral y la ternura piadosa. La circunstancia simboliza sendos mundos: el egoísmo sin piedad basado en el fundamentalismo religioso de una burguesía reaccionaria (sin disimulo se menciona al Opus Dei) y la alegría sostenida en las bondadosas inclinaciones de esas gentes independientes que son los artistas trashumantes. Es decir, la artificiosa vida de los intereses materiales frente a la existencia natural de seres que aman la libertad y el trabajo gustoso.



No falsea, sin embargo, Pernas la realidad con tal reduccionismo. Una amplia batería de personajes la matiza. Una mirada compleja deriva del perspectivismo del relato en primera persona de los protagonistas. También procede de sus psicologías bien diferenciadas. Javier es un tipo egoísta, cruel e insoportable. Sus hijos, unos fariseos canallas. La nieta, continuadora de la tradición circense del padre, una chica virginal de limpios afectos. El autor configura un muestrario de la naturaleza humana con clara preferencia por la bondad instintiva, las inclinaciones nobles y los sentimientos espontáneos. Pernas hace un alegato a favor del amor desinteresado y gozoso, sin barreras de convencionalismos, pero no es la única visión que ofrece. A su lado, da mucho juego a la violencia, moral y física, presenta con impasibilidad el deterioro de la vejez y trata con descarnada desnudez el trance de la muerte. También la técnica apoya esta mezcla de paraíso e infierno: hay duros pasajes de crudo naturalismo y momentos de intensa emoción lírica.



El circo tiene en Hotel Paradiso una importancia muy superior a la de un pretexto argumental. Se nota que Pernas lo admira y conoce a fondo. En él, frente al geriátrico, identifica el paraíso. Pero mostrarlo de tal manera constituiría un idealismo excesivo. Por eso anota el inevitable camino hacia la extinción de un espectáculo "arcaico", vestigio de un tiempo prescrito. No es un proceso anodino. Encarna la nostalgia de otro mundo mejor que impregna toda la novela. Hotel Paradiso resulta una mirada pesimista del mundo actual; un libro cálido pero, a la postre, triste.