El sí de los perros
Juan Vilá
23 mayo, 2014 02:00Juan Vilá
Hace menos de dos años que Juan Vilá (Madrid, 1972) publicó su primera novela -la titulada m-, y muchos de los rasgos temáticos y narrativos de aquella prometedora obra reaparecen en esta segunda entrega, que en algunos aspectos parece una prolongación ampliada de m: la misma visión negativa y vitriólica de una sociedad de consumo cada vez más degradada y carente de valores nobles, idéntica forma de plantear un relato que, con un personaje conductor -allí, Juan; aquí, el periodista desencantado que asiste a una boda y cuya narración en primera persona cubre buena parte del discurso-, mezcla diversos momentos del pasado y del presente y discurre a veces por senderos oníricos en los que el personaje ofrece inesperadas facetas que lo desdoblan y lo multiplican. El relato inicial contiene espléndidos y ácidos retratos de distintos asistentes a la boda, casi todos ellos pertenecientes a lo que el personaje califica de "clase media con pretensiones" o, más rotundamente, de "pijerío", gentes que "no son botines ni koplovitzs, no tienen una sicav, no forman parte de esa élite que sí va a aprovechar la crisis para aumentar aún más su fortuna" (p. 19). Más tarde, un exceso de alcohol determina que el narrador abandone el festejo y, ya de noche, se pierda por los campos que rodean la finca en que se ha celebrado. Los pensamientos y delirios acerca de una revolución necesaria que cambie radicalmente la sociedad, la evocación de María Antonieta y su verdugo, así como el asalto violento de unos gamberros que se ensañan con él, conducen al personaje, inconsciente tras una caída, a un sueño que se extiende a lo largo de muchas páginas y que reconstruye episodios bélicos muy similares a los de la guerra civil en Madrid.Luego hay varios finales posibles que aquí no conviene desvelar y en los que interviene de forma decisiva la costumbre de regalar a los niños juguetes que semejan armas de fuego, lo cual permite al narrador reafirmarse en su idea de una revolución necesaria que pueda "salvar a estas pobres y tristes criaturas del horizonte de ignorancia y absoluta pobreza mental que les espera. Un páramo en el que sólo tendrán como referentes vitales los dibujos animados de Disney y otras basuras por el estilo, muy útiles, sin duda, para guiarse entre los pasillos del supermercado y para saber qué deben poner en sus cartas a los Reyes Magos o con qué lugar les está permitido soñar como encarnación del paraíso en la tierra" (p. 178).
La historia -la real de la boda, la borrachera, el desvanecimiento, y también la imaginada del personaje convertido en miliciano armado- está narrada con habilidad y con indudable fuerza, aunque el largo episodio de los delirios y los sueños -es decir, de los deseos íntimos frustrados- crece demasiado y desequilibra el conjunto. Cuando la pupila de Vilá se fija en el aspecto de las personas, en su atuendo y el comportamiento forzado a que obliga una celebración social, y araña en la historia de cada una de ellas, la agudeza satírica del autor encuentra su ámbito adecuado. Las escenas de la revolución imaginada, aun con acertados destellos en el recuerdo de los abuelos o en la historia de Abdul, se hallan, sin embargo, muy por debajo de aquellas otras, y ni siquiera el estilo fluye con la misma naturalidad, aunque el final recupere algo de la brillantez perdida.
No obstante, y a pesar de estos desfallecimientos, es reconfortante contemplar la presencia de un escritor que no busca entretener sin más y cuyas raíces están abonadas por una visión crítica de la sociedad en que vivimos.