Joaquín Berges

Tusquets. Barcelona, 2014. 296 páginas, 18 euros. Ebook: 12,34 euros

En La línea invisible del horizonte, de Joaquín Berges (Zaragoza, 1965), un hombre huye "a lomos" de su coche (primera de una serie de metáforas adocenadas) cuando atropella accidentalmente a una madre jabalina en las cercanías de un pequeño pueblo de nuevo cuño construido cerca del pantano artificial que dejó sumergido al viejo pueblo de Sinia. No insistiré en la condición metafórica de su campanario emergiendo sobre las aguas. El pueblo acoge sorprendentemente bien a nuestro fugitivo, sobre todo porque la treintañera Marina lo enrola en una partida de gañote. Y a partir de aquí, la novela de Berges va desarrollando mediante una estructura de manual la doble historia de Javier y Marina, llena de paralelismos predecibles y giros previsibles. Ambos arrastran un pasado turbulento que se revelará a lo largo de nueve días y que Berges consiente en banalizar en nombre de una progresión dramática con conejo en la chistera. Al fondo están el tema de la culpa y su superación.



Aunque no irradie un gancho enorme, la novela se deja leer, puede matar horas ociosas y hasta puede que lata en su fondo una voluntad terapéutica honesta. Lo que no late es la literatura. No hay nada más admirable ni literario que la claridad o la sencillez; ya otra cosa es la preocupación por la accesibilidad, por decirlo de algún modo que nos haga pensar en un sistema de señalización muy estandarizado; la obviedad, que es un segundo descenso ignoro si deliberado en Berges, supone una declaración de guerra contra cualquier misterio: "no he sabido comprender que la cercanía de sus pupilas era el desnudo anticipo de la sinceridad". O: "el corazón me late tan deprisa que estoy tentado de dárselo también, para que no se interponga en mi labor". O: "mis ojos se hinchan como gominolas empapadas de incredulidad". En estas citas (pero podrían ser otras) no hay ironía, ni sombra de registro paródico, ni excesivo margen para apelar a un gesto fou en un relato cuya estructura habla de cálculo y tiralíneas. Sencillamente, La línea invisible del horizonte es un libro que sólo funciona, con muy relativa eficacia, en los niveles menos exigentes; pero que o desdeña otras intenciones o en absoluto sabe resolverlas. "Hasta los mordiscos no eran más que caricias" se burlaba Unamuno de los escritores superados "por el terrible deseo de agradar".