Tropo. Zaragoza, 2014. 407 páginas, 19 euros

"A menudo el viaje más largo es quedarse quieto y observar el paisaje hondo que uno tiene dentro", afirma el narrador de esta novela, repleta de viajeros y periplos, exteriores e interiores, la sexta del escritor canario Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1969). La acción se sitúa en La Restinga, diminuta población de la también pequeña isla del Hierro -la cual, entre los muchos nombres que ha recibido a lo largo de los años, fue también llamada Isla Nada-, donde recalan dos curiosos personajes: el tenor barcelonés, abandonado por su mujer, Luisón Montoto y el aviador alemán Philip Vernerg. El primero llega con la intención de olvidar, rehacer su vida y convertirse en profesor de música. El segundo vaga por el mundo llevando consigo un proyecto disparatado: fundar un zoo con seres humanos. Desde el principio advertimos que estos dos personajes son en realidad dos miradas opuestas sobre el mundo: la melancolía y el nihilismo, la tragedia y la comedia.



También hay un piano. Un objeto con pasado, como todos, que cuenta su historia también, cuyo traslado habla a los vecinos de la voluntad de quedarse de su dueño -nadie cuerdo viaja con un piano- y cuya existencia cuenta a los lectores la crónica de todo un mundo, descompuesto y vuelto a armar. No estaría bien desvelar más detalles, pero conviene añadir que el instrumento está ahí para que su autor pueda hablarnos de raíces, memoria, olvido, del azar que maneja nuestros destinos, el rescate imprescindible del pasado y, en fin, el sentido de toda una existencia. De más de una.



Isla Nada es un homenaje al "paisaje hondo" de su autor, una novela escrita con amor hacia lo propio, con el gusto de rendirle homenaje a lo amado -referencias literarias incluidas- y por ello cargada de verdad y de emoción. Al mismo tiempo es la novela de un gran contador de historias universales. Un novelista que se ampara en una sólida tradición literaria, en la que todo el tiempo oímos respirar a autores como García Márquez, Onetti, Carpentier u otros. Los elementos mágicos, aunque escasos, están presentes -hay lagartos que quieren oír misa y momias con ganas de hablar- y enriquecen una narración cargada de matices. Aunque más destacable es la épica de la historia, el engranaje, la arquitectura compleja y precisa de un autor que merece ser conocido y reconocido por un amplio grupo de lectores.