Afonso Cruz. Foto: Paco González

Traducción de Roser Vilagrassa. Alfaguara, 2014. 237 pp., 18,50 e. Ebook: 9,99.

La actual narrativa portuguesa está de enhorabuena porque cuenta con escritores que se atreven a explorar nuevas formas de explicar la realidad. Al original Gonçalo M. Tavares, del que ya he reseñado su extraordinaria Un viaje a la India, se une Afonso Cruz con Jesucristo bebía cerveza (2012) que se publica ahora en una buena traducción de Roser Vilagrassa. Pero la lengua no es el único punto en común entre las dos novelas, ya que ambas están escritas desde el compromiso hacia el tiempo crítico que nos ha tocado vivir. Tal vez desencantados de una literatura insustancial que refleja un mundo frívolo y materialista, algunos autores abogan ya por una escritura de valores, sustentada por contenidos filosóficos y asentada sobre las bases de la tradición. Surgen así historias de calidad incuestionable que buscan saciar las necesidades trascendentes y emocionales de un buen número de lectores.



Es el caso de Jesucristo bebía cerveza, que llega avalada por las buenas críticas y por los premios en su país de origen. En ella se relata la vida de Rosa, una muchacha que se deja arrastrar durante gran parte de su vida hasta que un día decide actuar de un modo dramático: asesinando realmente y poniendo fin a su vida desde una perspectiva metafórica. En su recorrido vital, Rosa tratará de que el deseo de su abuela -viajar a Tierra Santa- se haga realidad, y se encontrará con personajes que contribuirán a su crecimiento y a hacer posible ese sueño: un anciano profesor que se enamora de ella, una extravagante millonaria inglesa que duerme dentro del esqueleto de un cachalote, una stripper comprensiva con las debilidades ajenas, un cura capaz de armonizar su fe y su desmedido apetito sexual o un pastor con el que nunca habría tenido un final feliz porque esos desenlaces no se producen en la realidad. En la novela -de tintes a veces surrealistas, a veces cercanos al realismo mágico y siempre trufada de un suave humor irónico- se presentan situaciones dramáticas, algunas narradas como si se tratara de auténticas parábolas bíblicas. Sorprende el tratamiento peculiar de la figura de Jesucristo, al que se presenta con una imagen muy terrena.



Y también, en otro ámbito, el deseo de mezclar disciplinas como la filosofía, la teología, la biología, la astrología y las matemáticas, ante la convicción de que todo forma parte del mundo del hombre y atañe a su aspiración suprema de amar y ser amado. Como contrapunto de la narración y complicando la técnica novelesca, en las últimas páginas se inserta una obra que ha sido constantemente citada en el texto principal, un relato ambientado en el oeste, simple y sin sutilezas, que enlaza con la ficción marco y que revela que las historias de los hombres, contadas con delicadeza o de forma ruda, reflejan una misma necesidad de encontrar certezas que no menoscaben la integridad personal.