Lo que aprendemos de los gatos
Paloma Díaz-Mas
5 septiembre, 2014 02:00Paloma Díaz-Mas. Foto: CSIC
La gata de Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954) se afila las uñas rasgando la tapicería del sillón. Entonces, la autora la llama "pequeña arpista" y eso provoca una complicidad inmediata en mí, que también convivo con una gata y suelo evocar la metáfora del concierto de arpa cuando la criatura se entusiasma destrozando el mobiliario. La coincidencia es feliz y literaria: en su nuevo libro, Díaz-Mas crea un modesto léxico familiar, un imaginario privado que contará con la sintonía del lector. El breve volumen sin ficción se titula Lo que aprendemos de los gatos, participa de las virtudes clásicas de la obra de su autora, y es de una dignidad formal innegable. Al mismo tiempo, eso sí, es un libro limitado, y no exactamente por el tema escogido ni por su extensión y tono menor.Primero, la narradora tuvo una gata; luego, cuando Tris-Tras murió, adoptó otros dos gatos: Tris y Tras. Es importante la tradición, ese legado en forma de nombre escindido o de pelos dorados que siguen adheridos a la ropa tiempo después de la muerte. En Lo que aprendemos de los gatos, la autora nos explica su relación con esos animales y el papel que cumplen en la vida cotidiana de una familia que acabará acomodando sus rutinas a las suyas. Esta relación de los felinos con los humanos que creen dominarlos, o con el espacio que los humanos creen poseer, propicia algunas descripciones y escenas narrativas realmente logradas; en ellas, el interior de un piso de "clase media" (¿el qué?) parece convertirse en una pequeña selva de pantomima. El libro tiene algo de ejercicio de estilo, otro tanto de declaración de amor, y aun mucho de estudio sobre esa clase media, concretándose por ejemplo en forma de inventario de bienes (gatunos).
Lo salpican un relato de tradición oral sobre el origen del papel doméstico de los gatos; una descriptio puellae en versión peluda; y consejos varios acerca de los comportamientos afectivos de los animales. Tiene recursos la siempre competente narradora Díaz-Mas, y los explota con acierto. La llegada de Tris y Tras a su nuevo hogar es un relato de pleno derecho. El hilo de la historia de Tris-Tras nunca se rompe.
Sin embargo, la lección de vida que invoca ese título, Lo que aprendemos de los gatos, me parece menos lograda: el libro alerta contra los límites de la Razón humana (la mayúscula es de la autora), que sería una enemiga del presente en su obsesión por planificar el futuro. Aceptemos cautelarmente la moraleja, aunque no sea muy sofisticada y hasta propicie una cita-cliché de Lennon; pero deslicemos un matiz, una discrepancia y no una crítica: para contrastar la racionalidad del hombre y la vida del gato, ¿no podría subrayarse el misterio casi arquetípico que envuelve a los felinos, habitantes voluptuosos del mundo del sueño? A fin de cuentas, me parece, lo contrario de esos supuestos excesos constreñidores de la Razón sería la imaginación más que el instinto.
Por lo demás, el abuso de diminutivos (cajita, ratoncito, patitas, etc.…) es el síntoma más visible de una atmósfera que a ratos, no siempre, se vuelve diminutiva, domesticada, restando plenitud a los protagonistas, retratándolos involuntariamente con más amabilidad que densidad. Lástima, porque este libro y este tema podrían aspirar, estoy seguro, a una mayor trascendencia; lo demuestran su elegante final o cierto pasaje estremecedor sobre el pasado de Tris y Tras antes de ser rescatados por la Protectora de Animales. Lo que aprendemos de los gatos es correcto siempre, sólo de vez en cuando es algo más.