Eduardo Halfon
Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) lleva tiempo consolidando su nombre entre los más importantes de la literatura latinoamericana de la generación que representa, y puede que con Monasterio haya escrito su mejor libro. Se trata de una novela breve tan coherente y precisa como profunda, en mi opinión uno de los buenos textos que la literatura en lengua castellana ha dado este año. En sintonía con dos obras suyas anteriores, El boxeador polaco (Pre-Textos, 2008) y La pirueta (Pre-Textos, 2010), aquí Halfon trata el tema de la identidad, reiterando determinados motivos y hasta reciclando pasajes enteros (se trata de un autor reincidente, jazzístico, que gusta de reubicar piezas de su propio universo en nuevos contextos para extraerles nuevos ecos y significaciones), pero en esta ocasión el conjunto es más redondo que nunca.Halfon tiene una familia "interesante" (un abuelo polaco superviviente del Holocausto, los otros tres árabes judíos) y una relación conflictiva y tensa con esos orígenes, y todo ello se resuelve en una narrativa de tono cerebral y analítico pero que de pronto condensa unas imágenes poéticas bellísimas. Es un tono relativamente infrecuente en la literatura latinoamericana, lo mismo que algunas de sus ramificaciones temáticas y los territorios geográficos que visita: Belgrado en La pirueta, Jerusalén en Monasterio.
"Una jaula salió en busca de un pájaro", dice la cita de Kafka que abre Monasterio: en esta novela de corte autobiográfico, el personaje Eduardo Halfon viaja a Israel para asistir a la boda de su hermana con un judío ortodoxo. Allí tendrá que enfrentarse a su propia herencia como judío (una herencia cultural, genética, no solicitada) mientras observa una sociedad que oscila entre el muro de las Lamentaciones y el muro que separa a israelíes de palestinos. El azar también provocará que se reencuentre con una mujer a la que conoció fugazmente y de la que en cierto modo huyó, como huye en cierto modo de su familia. El narrador contrasta ese país exacerbado al que acaba de llegar con determinados momentos de su propia memoria (el boxeador polaco que salvó con palabras la vida de su abuelo; un viaje a Varsovia en busca del pasado de ese abuelo; la noche en que conoció a Tamara en un bar escocés de Guatemala...), y así va construyendo un relato demoledor y sobrio sobre las formas en que uno vive y se explica a sí mismo.
Estamos ante una literatura que sabe establecer conexiones íntimas entre las más diversas manifestaciones históricas o íntimas, y que, como el mismo Halfon explicaba en El boxeador polaco, está siempre a punto de decir algo muy importante sobre la realidad, hasta que de pronto lo olvida. El resultado, insisto, es hipnótico y al mismo tiempo durísimo, aunque no exento de humor.
Tal vez, lo que definitivamente convierte Monasterio en un gran libro sean sus últimas diez páginas, que acumulan una serie de ejemplos de identidades escamoteadas, borradas en pos de una salvación improbable. "Cada persona decide cómo quiere salvarse", escribe Halfon, "con lo que sea, con lo que más nos haga sentido, con lo que menos nos duela. Tamara me miraba más triste que nunca. Aunque la verdad es que son mentiras, le dijo. Y todos nos creemos nuestra propia mentira, le dije. Y todos nos aferramos al nombre que más nos convenga, le dije. Y todos actuamos la parte de nuestro mejor disfraz, le dije. Pero ninguno importa, le dije. Al final nadie se salva". El final de Monasterio, interrogativo, en cierto modo irresuelto, nos deja a todos (personaje, lector, hasta Israel) no a salvo, pero sí vivos, expectantes, supervivientes. Se trata de una magnífica novela breve.