Antonio Muñoz Molina. Foto: Hugo Ortuño
¿En qué consiste la ambición de un novelista? Enfocar un gran tema desde los mecanismos del estilo propio: por ahí va la vocación del maduro Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), y no tanto por el camino de una renovación de su propia naturaleza narrativa. Cada vez más Muñoz Molina, en Como la sombra que se va el autor se adentra en territorio norteamericano, y no en cualquiera: pocos asuntos más nuclearmente estadounidenses que el asesinato de Martin Luther King, pieza clave de un período esencial para la historia de ese país y de su literatura, con JFK al fondo, con Hoover y el FBI y la conspiranoia y el desencanto resonando sutilmente en el relato.Muñoz Molina apunta muy acertadamente en una nota final que la figura de King (y el gran movimiento social que representó) despierta en España más simpatía que verdadero interés o conocimiento; es cierto, y eso tal vez le da un valor cívico al libro. Es igualmente cierto que su novela llega tocada por el don de la oportunidad, mientras se reactiva en Estados Unidos la cuestión racial. Pero todo esto es agenda social, contingencias ajenas a lo literario: lo consistente de la propuesta estriba en mirarse al espejo de la gran narrativa contemporánea, y en hacerlo desde la revisión (insisto: no tanto renovación o reorientación) de la propia narrativa. Por eso, y por el innegable rigor de su autor, Como la sombra que se va puede apasionarme a tramos y languidecer en otros, pero en conjunto merece mucho respeto y creo que es honesta.
Lisboa es el paisaje central de una novela con otras muchas atmósferas, de Granada a Memphis, todas logradas. El libro nos cuenta lo siguiente: a finales de los años sesenta, el asesino de King, James Earl Ray, se ocultó en las calles lisboetas de una cacería internacional; a mediados de los ochenta, un joven y hoy desvanecido Antonio Muñoz Molina visitó también la ciudad, buscando inspiración para la novela que lo convertiría en un consagrado; en el siglo XXI, el prestigioso novelista Antonio Muñoz Molina vuelve a Lisboa, buscando una historia y también ‘su' historia. Estos tres tiempos se desarrollan en estas páginas hasta alcanzar una fugaz confusión, permitiéndole al autor varias cosas: por ejemplo, volver a planificar sus largos y obsesivos escrutinios de algunos hombres solos (he recordado a menudo Plenilunio), largos capítulos en los que Earl Ray o el joven Muñoz Molina deambulan por calles y plazas casi como en un plano secuencia. O reconcentrarse en un minucioso interrogatorio sobre la naturaleza de su oficio, sobre el carácter obsesivo de la escritura y su batalla perdida contra el tiempo. Algo ocurre, y el tiempo empieza a correr: un disparo, el cruce de una mirada en un acto de homenaje a Onetti. ¿Cómo reproducir ese instante? ¿Tal vez con largas enumeraciones, sistemáticas como un archivo del FBI, de todo aquello que quedó registrado en el papel o en la memoria? A ratos, esta novela parece un thriller; a ratos, literatura confesional. Hay una pregunta pertinente: ¿en qué consiste este contrapunto entre un asesino en fuga y un escritor atrapado en un piso de protección oficial y una vida burocrática? La respuesta es ambigua, pero guarda relación con la ficción como correspondencia, y con el amor como presencia o ausencia. Aunque no son los pasajes amorosos los más logrados de este libro.
La construcción de Como la sombra que se va es sólida y artesanalmente irreprochable. En el ritmo, no hay sorpresas aunque puede haber debate: he ahí, de nuevo, cierta morosidad acumulativa que reconocemos como propia de Muñoz Molina, y que no sé si logra ser tan densa y significativa como la de sus maestros. Eso sí: hacia el final, cuando es convocado en primer plano el propio Martin Luther King, el autor echa el resto en unas páginas que recrean con indudable tensión el profetismo precario del personaje. En fin, Como la sombra que se va constituye una mejoría respecto del vigoréxico La noche de los tiempos, y es un buen libro.