La novela principia "in media res" con el dolor declarado por Silvia -una de las dos narradoras y protagonistas- ante el asesinato de su hermana en una zona boscosa del Bilbao de finales de los 80, y equivale a una confesión vital y sincera del modo en que la venganza y la justicia poética pueden ayudar a calmar las más dolorosas heridas.
En una confesión epistolar (vía email) al amor de su vida, Silvia desgrana las coordenadas morales que explican su existencia a partir de un libro descatalogado, Secretos del Arenal, firmado por un antepasado y que remite a otra venganza liberadora, ésta acaecida en Sevilla y en la posguerra. Será este libro intercalado hábilmente en la novela el que nos aclare este juego de tiempos literarios y protagonistas paralelas que propone Modroño.
Al novelista le disculpamos la intonsa muleta argumental del crimen y de su investigación en la Vizcaya contemporánea, pues el fresco que luego nos da en el libro insertado de la Sevilla del primer franquismo es encomiable. Por esta urbe hambrienta desfilan arribistas del Régimen, gacetilleros apasionados y camisas viejas. El autor se gusta en esa evocación de la España del racionamiento y enhebra una certera evocación moral de un tiempo dado a apriorismos ideológicos.
Que para justificar la escritura de la España del cuarentañismo Modroño tenga que agotarnos con una excusa literaria que intercala desde digresiones éticas hasta las hazañas de un ertzaina resulta incluso comprensible. Al narrador hay que loarle que, a pesar de estas añagazas para no quedarse en la mera evocación de la posguerra, el producto final tenga sus hallazgos. Y eso aunque la clave del libro esté en la última página.
Modroño mezcla con mérito crímenes y épocas divergentes a través de dos ciudades, Bilbao y Sevilla, y de dos protagonistas vinculadas por el parentesco y la vendetta como liberación. La sed de venganza obra aquí cual motor narrativo certero y apasionado, por encima de esas virtudes pretendidamente edificantes que intentan imponer a la novela.