Gabriela Wiener. Foto: Jordi Soteras

Malpaso. Barcelona, 2015. 202 páginas, 17'50€

No hace tanto compartí piso con un swinger, y cuando él montaba sus sesiones liberales en la sala yo podía dormir a pierna suelta en mi habitación, si eso deseaba. Esta es una forma histriónica de decir que el hecho de que Gabriela Wiener (Lima, 1975) tenga una vida íntima heterodoxa que combina un núcleo familiar sólido con bisexualidad y tríos (si bien ella misma señala con acierto que los tríos no son infrecuentes, a poco que ampliemos el alcance del concepto) no sólo no me escandaliza, y ojalá a ustedes tampoco, sino que ni siquiera me provoca forzosamente curiosidad. De hecho, si empiezo hablando de ello es sólo porque desde hace años la imagen que se tiene de Wiener está vinculada a lo "fuerte" de sus temas.



Es un error: primero, dos libros como Llamada perdida o su reciente poemario Ejercicios para el endurecimiento del espíritu (La Bella Varsovia, 2014) no sólo son libros sobre sexo ni todo su sexo es, por así decir, audaz; segundo, en todo caso lo fuerte estriba en su mirada y el lugar literario desde el que la proyecta. La autora, afincada en España desde hace más de una década, escribe un tipo de crónica periodística tan explícitamente confesional, o bien un tipo de narración tan insistentemente falto de ficción, que encasillarla resulta difícil. No pasa nada, ya hay una casilla para ese tipo de descasillados: si todo este discurso sobre territorios mixtos e intimidad escrutada sin contención les suena familiar, es porque este es uno de los campos de batalla literarios más recurrentes en los últimos tiempos.



En Llamada perdida, que es un conjunto de dieciochos textos entre la crónica, el artículo y la confesión, Wiener cita a Joan Didion -admirable pedigrí- pero también a Carrère o Knausgard, dos autores que últimamente están en boca de todos y son plantilla no siempre confesa del trabajo de muchos. En esa batalla, la virtud de nuestra autora está en el tono, siempre convincente, absolutamente ‘sincero' aunque podamos dar por sentado que la sinceridad es una conquista del estilo. Por eso la vida sexual, maternal, profesional o migrante de Wiener logra interesarme mucho. No comparto la idea paródicamente facebookiana de que toda intimidad es interesante a la fuerza; pero desde luego, hay formas valiosas de contar la intimidad y convertirla en espejo.



Y hay más. En un libro con este título que juega con la idea de "llamada", es obvio que la intimidad no puede ser autista. La impresión se refuerza porque casi todas sus secciones se encabezan también con alguna variable de ese título: Llamadas ‘de larga distancia', ‘personales', ‘perdidas' o ‘a cobro revertido', es decir, muy a menudo mediatizadas, truncadas o expectantes, pero en ningún caso monólogos ni documentos entrampados en el solipsismo.



En la ‘Advertencia' que abre Llamada perdida, Wiener se muestra interesada por el "relato del tejido social y emocional en el que operamos", y es cierto: en los textos que recoge el volumen (incluido ‘Todos vuelven', un cómic cuya dibujante no se acredita, a saber por qué; Google me dice que es Natacha Bustos) las condiciones de emigrante-inmigrante, mujer, madre o defensora de la "multitarea" frente a quienes le critican que se cuelgue del iPhone en medio de las comidas, importan a la autora de un modo determinante y firmemente crítico. Algunos de sus afectos y deseos son complejos (¡y hasta acomplejados!) o precarios, sí, como lo son el empleo, la ubicación/residencia geográfica o los ciclos económicos.



Al filo de los 40, Wiener afronta retos que exigen un cuestionamiento político urgente, y otros que resultan más definitivos: el paso del tiempo, la caída del cuerpo, en fin: la indiferencia del mundo. Su respuesta es en ambos casos irónica y tierna (vean sus retratos de Corín Tellado e Isabel Allende, notables quiebros a las expectativas etiquetadoras del lector), valiente y consciente del "(verdadero) valor de la verdad". Y del amor, añadiría yo, cuando no es mera reproductibilidad más o menos técnica.