Los prisioneros llegan Austchwitz
Odette Elina, judía, comunista, pintora y escritora, nació en París en 1910. Hija de un próspero comerciante, con varias sombrererías en el sur de Francia, participó en la Resistencia desde la primera hora de la ocupación alemana, asumiendo cargos de creciente responsabilidad. Delatada a la Gestapo, aguantó la tortura sin revelar ninguna información. Deportada a Auschwitz, lograría sobrevivir. Por el contrario, sus padres y su hermano murieron entre las alambradas. El 9 de julio de 1976 se le otorgó el grado de oficial de la Orden nacional de la Legión de Honor. Durante el resto de su vida, se dedicaría a mantener vivo el recuerdo de la Shoah. Falleció el 21 de mayo de 1991.Sin flores ni coronas apareció en 1948. Aunque el perfil de Odette Elina se ajusta a la firmeza del militante sin vacilaciones, su pequeña obra desprende amor y delicadeza. Los capítulos son breves. Muchas veces parecen poemas en prosa. Doce dibujos sencillos, elegantes y minimalistas, contribuyen a crear una atmósfera de lirismo en mitad del horror. "¿Hay algo más triste que un ser sin la más absoluta esperanza?", se repite en los momentos más aciagos. Esa desolación no le impide apreciar los inesperados destellos de belleza: "Aquí, sólo los cielos nos parecen hermosos, pues únicamente ellos saben ser trágicos con grandeza". El dolor parece no tener límites. Cien prisioneras son seleccionadas para recoger cien carritos de bebé. Corresponden a un centenar de niños de pocos meses gaseados esa misma mañana: "Las almohadas conservaban la forma de sus pequeñas cabezas. Aquí y allá colgaba un gorro, una manta bordada o un babero". Esas mujeres, que eran madres o podrían serlo en un improbable futuro, tocaron ese día "el fondo del desamparo".
Una noche, Odette sale de su barracón para buscar agua y escucha a unas chicas rusas, cantando a coro: "Era tan hermoso que me sentí vibrar como si no estuviera presa". En el Lager prolifera la crueldad, pero también brota la amistad. Odette y Hella, una judía polaca, se harán inseparables. Cuando son aisladas durante una cuarentena, "nos sentimos, literalmente, amputadas de una parte de nosotras mismas". Hella desaparecerá en los crematorios, pero entonces surgirá Irene, aterrorizada y muerta de hambre. Con ella, Odette conocerá "el dulzor de privarme de alimentos... De saber que puedo impedir que alguien muera". Los rusos liberan Auschwitz, pero no acaba la lucha por la supervivencia. Un hombre le rompe una mano a Odette para arrebatarle un cubo de agua: "Sentí un dolor atroz. Era tal mi sufrimiento que me puse a aullar como un perro apaleado". León Moussinac, que escribió el prefacio de la primera edición de Sin flores ni coronas, apunta: "Aunque los hornos crematorios están materialmente destruidos, su humo aún oscurece el cielo del mundo". En 1981, Odette prologa una segunda edición, donde dedica el libro a los que aún no habían nacido en 1945: "Que este testimonio pueda despertar en ellos el horror al nazismo, pero también la esperanza en el porvenir del hombre". No es un gesto de optimismo gratuito, sino una convicción basada en la experiencia. Mientras la chimenea de Birkenau escupía cenizas humanas, el afecto brotaba entre unas mujeres "deformadas por el edema del hambre", inconcebiblemente delgadas, con el cráneo rapado y tatuadas como reses.
El nazismo intentó crear un hombre nuevo, mitad soldado, mitad trabajador (en el caso de las mujeres, un vientre al servicio del Estado), pero su fracaso se hace evidente al leer a Odette Elina. La "dicha más inefable y la más inaccesible" en Auschwitz era "tener a alguien cerca de ti que te cuide, sin más interés que el puro amor". Odette conoció es privilegio. Cuidó a otras mujeres más débiles y cuando perdió el interés por vivir, otras se ocuparon de aliviar su desesperación. La esperanza no es una quimera, sino una vivencia sincera que inspira libros como Sin flores ni coronas, un milagro estético donde el ser humano supera el mal mediante la ternura, la sensibilidad y la fraternidad.