Margarite Rivière. Foto: Antonio Moreno

Icaria. Barcelona, 2015. 301 páginas, 18€

Cuentan los editores de esta primera y única novela de la periodista Margarita Rivière (Barcelona, 1944-2015) que su origen está en el ensayo escrito por ella quince años atrás, y rehusado por las editoriales entonces. Cuentan que el texto que hoy leemos como "ficción", con el título Clave K, es una actualización de aquella versión en la que Rivière quiso narrar el clima de cambios sociales y políticos en España, en los años 80. Sabrán muchos que a esta reconocida periodista (fallecida recientemente), colaboradora independiente de distintos medios, enamorada de su profesión y enfrascada siempre en asuntos sociales y culturales, no le faltaba experiencia en temas relacionados con la comunicación como fenómeno de masas, (ganó el Premio Espasa con el ensayo Lo cursi y el poder de la moda), y ahora, desde la perspectiva que otorga la distancia, se sirvió de aquel texto como pórtico para esta sátira sobre el poder, el éxito y la codicia, desplegada en un marco difícilmente no reconocible. Y, claro está, su conocimiento de los entresijos de la trama y los personajes que pone en escena, unido a su visión crítica frente a la confusión de prioridades derivada de la superposición de intereses en los medios de comunicación, dan pie a esta singular mezcla de géneros que reina en la novela, persiguiendo llegar, a través de ella, donde no sería lícit o que llegara el ensayo periodístico.



Clave K parece, en principio, un thriller político centrado en cómo se forja, en los 80, el proceso de descentralización del país a raíz de unas elecciones en las que el presidente de un territorio ficticio sale reforzado y dispuesto a encarnar "el gran símbolo" que el nacionalismo necesita. "K" es el proyecto que lidera, es el idioma y la cultura en la que se asienta, y la confluencia de paradojas que desata el debate político y moral de esos nuevos tiempos. Pero es tal el desfile de desatinos que pronto asoma lo burlesco en situaciones propias de un sainete, aunque a lo que definitivamente se aproxima es a la estética del esperpento: calculada manera de divertir sin disimular el desgarro provocado por tantos errores y tantas ambiciones. No es, Clave K, una novela de grandes recursos expresivos, aunque sí de intenciones claras y valientes. Tan cierto es que será el lector quien extraiga sus propias conclusiones, como que, en todo el libro, late la verdad de quien lo ha escrito.