Antonio Scurati. Foto: Libros del asteroide
Vivimos en una encrucijada cultural semejante al modernismo, aunque todavía carecemos de un nombre adecuado. La ficción tiene un fuerte contrincante en las series de televisión, como The Wire (2002-2008), cuya calidad narrativa resulta superior a la mayoría de las novelas. Sólo narraciones del calibre de Nieve (2002) de Orhan Pamuk, se le pueden comparar. Se salvan de la quema novelistas originales como Antonio Scurati (Nápoles, 1969), cuyo verbo ágil, actual, brillante, retrata al hombre de clase media europeo con desparpajo, punzando con inteligencia en sus puntos sensibles, las relaciones de pareja, la difícil decisión de la paternidad, los conflictos laborales, las dificultades de subsistir en una ciudad como Milán. Capta los dilemas a los que se enfrenta el hombre en la primera década del XXI. Cuando hemos pasado "del síndrome del once de septiembre al del veintisiete de cada mes, de la hipoteca del terrorismo a la de la casa, de la ansiedad de la explosión al fantasma del desempleado. La década comenzó con los musulmanes y ha terminado con los chinos" (pág. 205).Glauco Revelli, el protagonista de El padre infiel, es en verdad un héroe del tiempo presente. Un licenciado en filosofía, que ejerce de chef en un restaurante heredado de su padre. Intenta renovar el menú, modernizándolo, y en el camino nos lleva por esa insustancialidad de la gastronomía celular, que deja al comensal con apetito insatisfecho. La historia novelesca ahonda en el dilema de la familia actual, los desencuentros de un sentimiento, el amor, con la condición biológica del hombre, concretamente su sexualidad. Revelli busca el amor, y lo encuentra en Claudia. En una feria de quesos. Un día en que estaba "inquieto, polémico, insatisfecho, apasionado y pendenciero. En resumen, me sentía yo mismo" (pág. 31). Tendrán una hija, Anita, pero el parto produce una depresión en la esposa, que durante año y medio se abstiene de sexo. Lo que abre las puertas a las infidelidades de Glauco. Una veces la gimnasia sexual sigue la tabla clásica, otras se ve obligado a empeños de difícil encaje. En fin, lejos estamos de la predecible sociedad decimonónica representada por Jane Austin.
A Umberto Eco lo que más le gustó de esta novela fue el tratamiento del embarazo y el momento del parto. En efecto, hay escenas geniales, las clases a las que acude el matrimonio para prepararse para el momento supremo, los rituales de sus compañeros de clase, el mismo momento de dar a luz…
El matrimonio de Giulia y Glauco acabará arrojando "a dos existencias completas como pasto para la crueldad de sus historias" (pág. 225). Scurati representa la vida como una sucesión de momentos, conocemos el vivir de los personajes, su camino, marcado por las circunstancias. Queremos hacer las cosas bien, pero los caminos que deseamos tomar están bloqueados, unos, por la propia sociedad, otros, por los obstáculos personales, el matrimonio, las dificultades de encontrar la felicidad de la pareja. La hija, el cuidado de la misma, la ternura que le produce, es una tabla de salvación.
Revelli a sus cuarenta años se siente engañado. Los tiempos que vive no son los prometidos: "El ambiente acomodado y protegido en el que nos criasteis se ha roto, la primacía de nuestro bienestar se ha destruido. Crecimos con la promesa de una expansión infinita; en cambio, vivimos en un universo en contracción. ¿Lo entiendes, papá?" (pág, 213).