Un hijo
Alejandro Palomas
5 junio, 2015 02:00Alejandro Palomas. Foto: La Galera
Todo empezó el día en que la señorita Sonia preguntó en clase a sus alumnos de nueve años qué querían ser de mayores. Salieron siete futbolistas, seis rafasnadal, dos modelos, una princesa, un médico rico, tres beyoncés, un batman, dos presidentes del mundo, una famosa de la tele... y Guille, el niño que quería ser Mary Poppins (no como sino serlo). Semejante respuesta hace que la maestra, tras hablar con el padre y descubrir lo difícil de su situación -está en paro y su mujer, azafata, vive en Dubai desde hace meses-, aconseje que el niño visite a María, la psicóloga de la escuela. Porque, además, Guille sólo tiene una amiga, Nazia, de origen paquistaní; no le gusta el fútbol, no tiene trato con los otros niños, y, a pesar de todo "es extremadamente feliz" (pag. 39).Cada sesión con la psicóloga, cada dibujo del niño, cada juego, va descubriendo nuevos secretos de Guille, como la importancia mágica de la palabra "supercalifragilisticoespialidoso", que su madre no podrá ir a verle ni en vacaciones pero que le envía cartas todas las semanas con dibujos de sirenos, que su padre se está derrumbando, o lo que oculta "el cofre de los tesoros", la caja que está encima de un armario... Pero, sobre todo, que la única esperanza del muchacho es actuar con Nazia en la función de fin de curso del colegio. Lo malo es que los padres de la niña quieren casarla con un primo treinteañero y preparan su inminente regreso a Pakistán. Desaforado lector, introvertido, tímido y valiente, Guille es un optimista casi sin fisuras, y un puzzle complicado, casi tanto como su padre, a quien parece avergonzar profundamente, pero que también está preso de sus propios silencios, derrotas y miedos.
Con ternura pero sin excesos sentimentaloides ni truculencias, Alejandro Palomas (Barcelona, 1967), autor de El alma del mundo, El tiempo que nos une y Una madre (2014), transforma lo que Un hijo podría tener de novela juvenil en narrativa sin etiquetas ni edades, y con mayúsculas. Y lo hace con un relato coral, complejo a pesar de su aparente simplicidad, bien construido, que mantiene una tensión creciente en todo momento y que secuestra al lector de principio a fin. Un relato conmovedor y para todos los públicos, sin feísmos ni violencia, y con un personaje, Guille, inolvidable.