Manuel Vilas. Foto: Domènec Umbert

Alfaguara. Madrid, 2015. 264 páginas, 17'90€, Ebook: 9'99€

Un baile de rinocerontes es una escena de dibujos: una criatura milenaria y pétrea con tutú. La nueva obra narrativa de Manuel Vilas (Barbastro, 1962) empieza con ese baile, tal vez es ese baile; sin embargo, esa escena imposible conduce a temas tangibles y reales: divorcios, alcoholismos, envejecimiento, forofismo. Setecientos millones de rinocerontes es un libro de relatos que podría parecerse a una consulta psiquiátrica desoladora y tierna. Está esa anécdota estupenda que me contaron una vez: un psiquiatra que escuchaba a sus pacientes atentamente y luego, cuando abandonaban su despacho dejándolo solo, abría al azar un libro de Kant y leía varias líneas, por contrastar. Vilas lee a Kant (es un decir) y escucha a sus pacientes, y se escucha a sí mismo, simultáneamente; el resultado es divertido hasta la carcajada gracias a su galopante vitalidad y a un estilo que procede a fogonazos y arreones. Eso no le resta dolor. Los setecientos millones de seres con cuerno erecto y armadura orgánica recorren todo el libro como "metáfora de la vida": así lo explica literalmente el autor, con toda la inconcreción que ello implica. En este libro, un rinoceronte significa usted, las partículas elementales o el desamor. Puede ser algo triste o muy alegre, pero tiene que estar vivo, que significa estar muriéndose. Significativamente, sólo en una ocasión se nos dice de alguien que "no" era un rinoceronte: Francisco Franco, que al envejecer lentamente, dice Vilas, se abandonó "a la decrepitud figurativa, se entregó al figurativismo hiperrealista". A veces el ingenio funciona.



Insisto: este es un libro de relatos o, mejor dicho, esa es la forma más sintética de que disponemos para explicarle al lector qué le aguarda en estas páginas cercanas al último poemario de su autor, El hundimiento. Es cierto que el entusiasmo contagiado por el libro podría contrarrestarse sacando (es, otra vez, un decir) a Kant del cajón, respirando hondo y frunciendo el ceño: ¿no se parece mucho este libro de Vilas a todos los libros de Vilas, a la fórmula de zapeado que regía Aire nuestro en particular? Pero entonces, hago lo que toca hacer cuando un escritor habla de rinocerontes: acudo a Ionesco. En sus Diarios, el dramaturgo escribe: "soy tan verdadero que no puedo escapar a mí mismo. Me organizo. Soy el que me organiza así, disponiendo de otra manera los mismos materiales". Parece una réplica convincente.



España siempre será un gran tema para Manuel Vilas: las clases sociales, las malas políticas y la historia de España caben exactamente en un Seat 600 y en este libro, como la poesía cabe en un canto rodado. Pero esta vez las mejores páginas al respecto se refieren a la literatura en castellano. Explicar España en su literatura era un tópico y ya no lo es, porque nadie lo hace: en cambio, Vilas acude a las cabezas visibles de nuestro mercado (también hispanoamericano) para hacer que Vargas Llosa y García Márquez se abracen; para que los apellidos de Vila-Matas, Rivas, Vilas y tu-tti quanti se confundan como en un juego de cristales de colores mortecinos, ya que "la metaliteratura es inocua […] y el realismo normalizado tampoco embiste". Hay un capítulo que resucita a Francisco Umbral y lo pone a repartir mandobles: la mímesis de Vilas con Umbral, que es al mismo tiempo paródica, consciente y apasionada, deja a los imitadores del "dandi mesetario" más o menos donde merecen. Si escribir es una "enmienda a la totalidad", Vilas sigue haciéndolo estupendamente.