Eric Lundgren
Eric Lundgren sitúa la acción de Fachadas en la ficticia Trude, una ciudad del Medio Oeste de los Estados Unidos que por su arquitectura bien podría pertenecer a otro tiempo y lugar. Rediseñada tras la Gran Depresión por el austriaco Klaus Bernhard, Trude ofrece al visitante un trazado urbanístico de lo más peculiar, poblado de alambicadas construcciones ligeramente expresionistas impropias de la cultura norteamericana. Su emblema turístico fue "Piérdete en Trude", y Lundgren nos obliga a hacerlo tomando como excusa una extraña desaparición que huele a "MacGuffin" desde la página uno.Algunos han querido ver en este curioso híbrido estético-temático algo así como un Kafka meets Chandler, referentes quizás demasiado elevados para lo que Lundgren pretende hacer aquí en su primera novela. Si acaso decir que Fachadas es una suerte de hermana pequeña de El sindicato de policía yiddish (2007) de Michael Chabon, eso sí, mucho menos fina y ambiciosa. Lo cierto es que, en ocasiones, Lundgren parece tener poca fe en su lector, al que tutela demasiado a través de algún que otro subrayado. Por otro lado reconozco no haber encontrado en esta obra ese humor que destacan algunas reseñas extranjeras, y que de haber sido más explícito seguro que habría hecho ganar algunos enteros al conjunto.
Con todo, existe una perversa lógica interna en esta novela, que la dota de una coherencia a prueba de bombas, y que pasa por aceptar que su verdadera intencionalidad no es otra que la de ser una obra literaria construida bajo las bizarras premisas arquitectónicas de Trude. De esta forma el autor juega a ser Bernhard, su personaje más siniestro, para quien "el edificio ideal es siempre un edificio vacío". No es que Fachadas sea un texto hueco, pero Lundgren parece prestar únicamente atención al envoltorio, olvidándose por completo de desarrollar una trama consistente en su interior.
En el centro comercial de Trude, diseñado cómo no por el omnipresente Bernhard, existe un laberinto formado por altos setos bañados por una luz azul fluorescente que ha terminado convirtiéndose en la gran atracción de la ciudad, hasta el punto de que ya nadie visita el casco histórico. Los turistas prefieren perderse en él y eso que en treinta años nadie lo ha recorrido con éxito. A la entrada del mismo hay un quiosco que vende camisetas de recuerdo con la siguiente frase: "Al menos lo intentamos". No estaría mal que vendieran esa camiseta a la salida de este libro.
@FranGMatute