Jonathan Franzen. Foto: Graham Shelby
Desde que publicara Las correciones en 2001 Jonathan Franzen (Chicago, 1959) se ha convertido en uno de los autores más populares, y al mismo tiempo más polémicos, del panorama literario norteamericano. La portada del "Time" coronándolo como el "Gran Novelista Americano" y los desencuentros con la popular Oprah Winfrey han ayudado a ello. En cualquier caso, aquella era una de las novelas que mejor retrataba la sociedad norteamericana de la segunda mitad del XX, a la altura de Pastoral Americana (1997) de Philip Roth.Después vino Libertad (2010) y ahora nos presenta Pureza, donde su ironía y sarcasmo subyacen de nuevo en el desarrollo narrativo. Prueba de ello es el propio título, referencia al nombre de la protagonista, aunque todos la conocen por "Pip", en clara evocación al protagonista de Grandes esperanzas de Dickens -en aquella era varón-. La gran esperanza de Pip Tyler, una inteligente joven de veintitrés años recién licenciada, es conocer quién fue su padre. La madre, mujer excéntrica que rompió sus lazos con la familia antes de que Pip naciera y de la que tiene que estar continuamente pendiente, nunca reveló la identidad del padre e incluso le ha ocultado su verdadero nombre.
Pip vive con unos ocupas y contrajo una importante deuda para pagar sus estudios universitarios. Una compañera de piso le informa sobre el trabajo de un singular personaje, Andreas Wolf, que está escondido en la selva boliviana y es gurú de una extraña organización de expertos en internet -similar al Wikileaks de Julian Assange-. Wolf pretende "ayudar al mundo a vernos como en realidad somos" (p. 83) y puede ayudar a Pip a buscar a su padre; tal vez conociendo sus orígenes, su verdadera historia, Pip logre alcanzar la felicidad.
La aventura boliviana terminará cuando decide huir -posteriormente lamentará no haberse acostado con Wolf-, y viaja a Denver para trabajar con Tom Aberant, editor de una revista de investigación online, y Leila Helou, ganadora de un premio Pulitzer de Periodismo y amante de Tom, aunque esté casada con Charles, un novelista de cierto reconocimiento. Entre todos los personajes mencionados existen complejas e intricadas relaciones que se remontan a los años en que se derribó el Muro de Berlín -Wolf nació en la Alemania del Este, su padre fue miembro del Comité Central del partido-, con un asesinato de por medio que no conviene desvelar.
La estructura de la obra es similar a la de Las correcciones y Libertad: el hilo argumental se va enriqueciendo con las continuas subtramas, y la interrelación entre los personajes complementa y enriquece a cada uno de ellos. Lo que funcionó en las anteriores tal vez no siempre resulte exitoso en Pureza. La relación entre los tres miembros del triángulo amoroso está magníficamente desarrollada, también la irrupción de Pip originando los celos de Leia, pero su flirteo con Wolf -también en Bolivia despertará los celos de sus otras compañeras- no parece muy acorde con el personaje mostrado hasta entonces.
Casi setecientas páginas dan para muchas subtramas, probablemente demasiadas, en las que multitud de personajes aparecen y desaparecen continuamente, y el asesinato que encontramos más o menos a mitad de la obra, y que refleja la obsesión de Wolf por el poder, si bien sirve de nexo entre los otros dos personajes principales, paga el obligado peaje de introducir una nueva variante que desvirtúa el auténtico sentido de la novela. El propósito, entiendo, tiene que ver con una paradoja: lo mucho que podemos conocer de los otros gracias a la informática y las redes sociales, y el escaso conocimiento que tenemos de nosotros mismos.
Al mismo tiempo, cuando esos mismos recursos parecen poner al alcance de todos "la verdad", nos movemos en un mundo donde los secretos y las manipulaciones conforman la esencia misma de la sociedad. La confusión existencial de Pip está directamente relacionada con su falta de identidad; las personalidades de Tom -que se expresa en primera persona- y Wolf son radicalmente distintas, salvo por una razón: la vida de ambos está sustentada en la mentira; no en vano "la vida era una contradicción miserable, un deseo infinito con provisiones limitadas" (p. 134). Ese es, en definitiva, el dilema fundamental que debe afrontar alguien con el nombre de Pureza. Como piensa uno de los personajes principales, "el significado de la vida estaba en su forma" (p. 516).