Ian McEwan. Foto: Annalena McAfee
"Era pasión, no devoción, lo que le faltaba" (pág. 30): la cita se refiere a la vida sexual de Fiona Maye, protagonista de La ley del menor, decimotercera novela de Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948). A fin de cuentas, Fiona lleva más de treinta años casada con Jack, profesor de historia que, a punto de cumplir sesenta años, le acaba de comunicar su decisión de gastar su "último cartucho" (pág. 12) manteniendo una relación extraconyugal con una joven que acaba de conocer.Fiona "tenía un concepto rígido de lo que era convencionalmente correcto" (pág. 15) y, siendo como es juez de los tribunales de familia, no puede soportar esa "carga intolerable". Una situación tan atípica, por la confesión en sí misma, tan en la línea de un Updike o un Roth -por los que McEwan ha manifestado su admiración- resulta per se lo suficientemente atractiva, pero otra línea narrativa interfiere en el desarrollo de la acción: Fiona debe juzgar el caso de Adam, un joven Testigo de Jehová a quién, tres meses antes de cumplir dieciocho años, se le ha detectado leucemia y asume la voluntad de sus padres de rechazar la transfusión que le salvaría la vida.
Desvelar la resolución de estos dos conflictos no implica en absoluto reventar la lectura: Jack regresará a casa tras su insatisfactoria aventura -eso sí, ocupará la habitación de invitados- y Adam vivirá tras recibir la transfusión que solicitaba el hospital. Más interesante, y en este caso no lo revelaré, es lo que ocurre después. "O empezamos a vivir de nuevo, a vivir de verdad, o renunciamos y aceptamos la desdicha desde ahora hasta el final" (pág. 192), llegará a plantear Jack. En cuanto a lo que ocurre con Adam, resulta tan sorprendente que se acerca a la novela de intriga.
Las dos tramas funcionan de forma paralela, con idéntica impronta en el desarrollo de la novela y sin que a priori, ni tal vez a posteriori, exista una interrelación entre ambas. Quizá por ello me ha costado entender la intención, o propósito si se prefiere, de Ian McEwan. La dicotomía entre la libertad personal y la legalidad en defensa de la vida resulta obvia. Ya antes del asunto de Adam, Fiona Maye tuvo que juzgar casos de similar calado: el de unos padres católicos que se negaban a separar a sus hijas siamesas porque una de ellas moriría; el de un musulmán que quería retirar la custodia de su hija asignada a la madre porque no la educaba de acuerdo a sus creencias; o la de unos judíos ortodoxos que también cuestionaban determinados tipos de educación occidental.
Fiona también se plantea la validez del matrimonio socialmente admitido y recomendado como vehículo perfecto para alcanzar la felicidad y plenitud personal: "Su maternidad frustrada [el matrimonio no tiene hijos] era una fuga en sí misma, una huida; una huida de su propio destino" (pág. 52).
Una de las cualidades de McEwan es su interés por documentar(se) con sumo cuidado el marco escénico de sus historias. Así se observa en todo lo relativo a los asuntos legales, o en lo referente a la historia de los Testigos de Jehová, que hasta 1945 tenían permitidas las transfusiones sanguíneas. Sin embargo parece mantenerse deliberadamente alejado de cuestiones de índole teológica.
Lo que parece interesar a McEwan es explorar la psique de una mujer que, ya en la madurez, parece tener todo claro en su vida desde los puntos de vista personal y profesional. La acción se inicia una plácida tarde de domingo cuando el esposo revela sus intenciones; al día siguiente, Fiona se encontrará sobre la mesa el caso de Adam. Según la terminología utilizada por Hemingway, se trata de dos "situaciones límite". La juez decidirá visitar a Adam en el hospital y allí encontrará al "muchacho más dulce del mundo" (pág. 206). Amante como ella de la poesía y la música, después de conocerla él afirmará no ser la misma persona: "Cuando usted vino a verme yo estaba realmente decidido a morir" (pág. 160). Ambos personajes establecerán una unión espiritual que va más allá de la materno-filial o profesional. A Fiona se le presenta, en fin, una situación similar a la que le ha planteado su marido al comienzo de la obra.
No negaré que algunos títulos anteriores de Ian McEwan, como Amsterdam (1998) o Sábado (2005), me parecen más consistentes. Aunque es indudable que Fiona Maye será uno de sus personajes referenciales.