Marta Sanz. Foto: María Teresa Slanzi

Premio Anagrama. Barcelona, 2015 231 páginas, 17'90 €. Ebook: 9'99 €

La nueva novela de Marta Sanz (Madrid, 1967), esta estupenda Farándula, está encabezada por una cita de María Asquerino afirmando que los buenos actores proyectan su voz "desde abajo", referencia que remite a un capítulo del ensayo de la misma autora No tan incendiario (Periférica, 2014) titulado "Una propuesta de abajo arriba". Sanz tocaba en ese libro cuestiones que aquí aparecen recreadas a cuenta de un mundo, el del teatro, muy parecido al de la literatura en las encrucijadas que afronta: su creciente incapacidad de importarle al mundo, la militancia del actor/autor, el realismo como búsqueda de una verdad no sometida al relativismo, la elección entre escenificar/escribir para consolidar un consenso o bien para señalar sus contradicciones, trabajar sin cobrar sin que ello represente una forma de respeto al arte sino mera miseria… No es extraño que en sus páginas finales una actriz se revele narradora y decida hablar en primera persona desde una fuerte conciencia de escritura, según la cual servirse de la caligrafía (trazar una ‘t' o una ‘b', por ejemplo) es una forma más de trabajo corporal. O que, en definitiva, las "malas palabras" manchan pero deben utilizarse porque en realidad la mancha ya estaba allí. En resumen, Farándula es un libro sobre las posibilidades reales de que disciplinas artísticas casi extintas sigan sirviendo para algo.



En su superficie (no muy discernible de su fondo, por cierto, ambos inquisitivos y deliberadamente abocados a lo real), lo que cuenta Sanz es una trama de vidas cruzadas de actores: Daniel Valls es una estrella internacional detestada en su país por sus posiciones públicas, que siempre son radicales e incomodan a todo el mundo sin que nadie acabe de creérselas en un millonario; Valeria Falcón es una actriz casi exitosa pero no, también incómoda porque no parece plegarse a las exigencias del consenso juergócrata del presente; Natalia de Miguel es una joven tía buena, atiborrada de retórica O. T. ("es mi sueño", "quería ser auténtica"), que acabará protagonizando un reality tróspido en la tele; Lorenzo Lucas es un actor que se tomó en serio una vez y ahora se enamora de Natalia, lo cual resulta definitivamente complicado de llevar; Ana Urrutia es una gran dama del teatro, libre y dura, hoy una anciana decrépita. En torno a ellos, circulan otros personajes, como la esposa de Manuel, depredadora financiera que, de haber escrito el libro ella, lo habría convertido en un thriller ("lleva hasta ese extremo su asunción del discurso liberal": para el mercado, no debería existir una novela que no sea de género, etiquetable, ‘diver').



En Farándula se cuelan los aspectos más horteras de nuestra realidad mediática, como se cuela la calle, Internet o los Premios Goya. Empieza pareciendo una farsa jocosa y acaba por resultar demoledora, sin dejar de responder a la convicción de que el narrador tiene una responsabilidad. Puro Sanz, deja dos grandes capítulos: una representación de Eva al desnudo ante un público que masca chicle y hace fotos porque en 2015 la tradición no opera y la televisión engorda; y el momento en que sorprendemos a la actriz Mariana Galán empanando unas pechugas antes de afirmar que "el teatro es hoy más político que nunca sólo por el hecho de seguir siendo teatro" (¿y la literatura?). Simultáneamente firme en sus convicciones y sutil y explícita en la exhibición de las contradicciones que arrastran, esta novela intenta esquivar no tanto el triunfo como una forma de triunfo que consista en "estar de acuerdo". El resultado es que le ha supuesto el Premio Herralde a su autora, que afianza su estatus en el panorama nacional de un arte que no importa a nadie pero sigue produciendo, mientras agoniza, algunas razones para arrojar rosas amarillas al escenario.