Alicia Giménez Bartlett. Foto: Santi Cogolludo
La literatura de la Crisis, escrita la palabra con la mayúscula ya inexcusable, se ha convertido en una tendencia de moda. La cultivan autores urgidos por la necesidad de denunciar la situación económica presente, pero la onda expansiva de esta última reactualización de la novela social se deja sentir con fuerza en obras que bien podrían desarrollarse al margen de tal orientación. Es el caso de Hombres desnudos. Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951) acoge un testimonialismo crítico contemporáneo parecido al que había deslizado en sus libros anteriores (los cambios en las relaciones matrimoniales o los nuevos roles femeninos) pero ahora lo hace depender directamente de la actual situación socioeconómica.Los dos personajes principales soportan las consecuencias del momento: Javier ha ido al paro al perder sus clases en un colegio de monjas; Irene ha tenido que vender la empresa familiar de la que era propietaria y ejecutiva. El hombre rompe con su pareja, se ocupa de mala gana como estríper y acaba de prostituto. La mujer, soltera, se lanza a una loca carrera de experiencias compensatorias de su sentimiento de fracaso vital. La historia de Irene y Javier confluye en una escabrosa relación y un dramático desenlace. En un pasaje de escasa trascendencia el chico se refiere a La Celestina. Aunque parezca anecdótico, ahí tenemos la clave entera de la novela: en ella asistimos, como en la pieza clásica de Fernando de Rojas, al resultado trágico de un proceso de corrupción moral. Esto es lo esencial de Hombres desnudos, y todo lo otro, el testimonio de una situación colectiva, es secundario. No deben menospreciarse los datos documentales sobre la crisis económica, el desamparo del empleado por cuenta ajena o la prepotencia de los ricos, pero cuentan apenas como barniz sociológico de una novela que es otra cosa: una indagación psicologista penetrante y desgarrada en algunas enfermedades del alma. El título de la novela alude al trabajo de Javier, pero tiene una amplitud simbólica mucho mayor.
En realidad, la novela abarca la condición humana entera. Giménez Bartlett muestra una galería de rasgos humanos diversos: el desvalimiento de Javier, la lealtad de su amigo y colega de oficio Iván, la soberbia dañina de Irene y la frivolidad de su amiga Genoveva, más varios caracteres de otros comparsas del duro teatro del mundo. El esfuerzo ilusorio de Javier por escapar de un destino no querido tiene verdad; y emociona, aunque su ideación sea un tanto esquemática. También lo es algo la de Irene, pero el retrato de un ser frío e implacable se hace con suficientes aristas de complejidad. Y en Iván, el puto sin complejos salido del arroyo social, se logra un tipo que rebosa autenticidad y se encarna una historia hermosa de amistad.
No por casualidad se habla en la novela de Dostoievski. Hombres desnudos explora conciencias torturadas con fuertes dosis de énfasis y retorcimiento mental. Los dilemas efervescentes de los personajes se muestran por medio de sus propios pensamientos, un procedimiento algo mecánico, pero de notable fuerza comunicativa. Giménez Bartlett utiliza esos monólogos interiores para zarandear al lector con su visión muy amarga, implacable y demoledora, de la naturaleza humana.