Gabriel Albiac. Foto: Ángel Navarrete
Si hay dos sustantivos que dan aliento al estado de ánimo de este Blues de invierno son nostalgia y supervivencia. Si hay dos adverbios entre los que bascula su historia son "antes" (referido a finales de los años 60, principio de los 70) y "ahora", 40 años después. Y si de lo que se trata es de escoger los pronombres que sirven de anclaje a la trama, han de ser los que enfatizan la idea de que "aquellos", los de entonces, no son "estos", los mismos que hoy protagonizan el "extraño ahora" sobre el que el escritor y catedrático de Filosofía Gabriel Albiac (Valencia, 1950) sustenta la novela con la que cierra su trilogía del 68, compuesta por Últimas voluntades (1998) y Palacios de invierno (2003). Tiempo y distancia emocional, y otro ángulo desde el que narrar la impresión de complejidad del mundo actual (encarnado en los atentados del 11-M), de extrañeza frente a lo que fue, y ante lo que es. Pasado y presente empastados en un sugerente juego de planos que se funden, y confunden, al principio, después ya no. Después envuelve y atrapa.Todo lo dispone un narrador omnisciente (culto, críptico, consciente de su prosa sincopada), que otorga voz a una novela negra, con espías internacionales, asesinatos que no dejan huellas, informes policiales..., forjada sobre una estructura que se convierte en uno de los mayores atractivos del relato. La trama arranca en Madrid, con dos personajes, amigos de "entonces", Pablo Baena y Jorge Villar, a punto de empezar un largo fin de semana en Nueva York (no pasará de dos días), con Yuki, una joven asiática, prostituta de lujo. A ellos se suma Julia Aréstegui, juez de la Audiencia Nacional, con quien coinciden (no es casual) en el avión, y más tarde, Yanna, la joven que sirve las copas en el Winter Blues, donde acuden la primera noche en lo que parece una improvisada salida neoyorquina. Pronto sabemos, por un dosier policial, que los tres españoles y la asiática han muerto, se desconocen las causas, lo que desata la intriga. Pura ficción que va y viene por los pasos de cada uno en diferentes momentos de esos dos días, deconstruyendo la historia y la identidad de cada uno. Todos huyen de un pasado, de un nombre, de una pérdida; ninguno quiere ser quien fue. Pero la realidad irrumpe, implacable, por un estúpido azar. Y la novela acaba, pero la realidad permanece en suspense. Por eso inquieta y sobrecoge.