Mario Levrero. Foto: Archivo
Tres volúmenes que recogen cinco novelas breves para renovar la leyenda intermitente en torno a un autor, Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004), considerado raro y entre cuyas rarezas se incluye la de ser al mismo tiempo perturbador y muy divertido. Levrero vivió sin éxito, pertenece al linaje de quienes viven en horizontal, y su literatura es en cierto modo menor, es decir incapaz de generar un discipulado estricto, es decir libre. Los cinco libros que ahora rescata Random House para el lector español pueden servir para resumir bien las directrices de esa literatura, y son magníficos sin necesidad de ser perfectos (esa es una necesidad en cierto modo protocolaria, y por lo tanto ajena a Levrero).Diario de un canalla y Burdeos, 1972 nos presentan al Levrero más autobiográfico, rememorando dos momentos importantes de su trayectoria: su estancia en Buenos Aires en los 80 y su estancia, movido por una relación sentimental, en la ciudad europea en los 70. Aquí está todo: su ironía sin cinismo, su fe en las varias formas que adopta la imaginación (la literatura, el amor, la magia), su aproximación perturbadoramente saltarina al erotismo, la ambigüedad de sus atmósferas. La historia de su extraña relación con un pajarito al que alimenta en el alfeizar de su ventana está entre lo mejor que leí en el año que acabamos de dejar atrás. Esta afirmación de la niña Pascale, también: "Sos raro como gente".
La banda del ciempiés y Fauna muestran a otro Levrero más que conocido, el que juguetea con el género negro, transformando los tópicos de Chandler & Hammett en un tebeo espiritista, y el psicoanálisis en lo que siempre fue: una poética ocultista. La banda del ciempiés es veloz y divertida, también cruel y perversa, y presenta una trama imposible que involucra a la CIA, al barrio chino, a una bailarina de streptease; Fauna es un Vértigo en modo juguetón, una investigación soñada o hipnotizada en torno a dos hermanas curiosamente opuestas entre sí; este texto se recoge en el mismo volumen que Desplazamientos, lo que es un acierto porque ambas narraciones comparten una misma vocación onírica, fantasiosa y erótica, si bien la segunda resulta mucho más oscura, como si pasáramos de una aproximación permitida a la intimidad del entorno del narrador a otra que es voyeurista, solitaria. En Desplazamientos, el narrador es propietario de una casa familiar tomada por pensionistas (entre ellos, también dos hermanas que contrastan mucho entre ellas) y tocada por el rastro de su padre fallecido. Esta variante brumosa de Los inquilinos de Moonbloom de Edward Lewis Wallant viene encabezada por una cita de Jung, y acaba con una apelación cortante y rotunda a la invención como forma de relacionarse como el mundo: ¿las galerías de esa casa son paisajes cerebrales?
En un hipotético canon levreriano, y hasta donde uno conoce su obra, La novela luminosa y París siguen estando al frente, pero estas cinco aportaciones contribuyen a disfrutar del autor y a entenderlo, por precaria que sea una comprensión lúcida de Levrero. Son cómics fantasiosos en los que absurdos mecanismos detienen la caída en el vacío de un detective, pero también relatos expresionistas habitados por los fantasmas más cultivados. Y todo esto, con gran naturalidad: si hubiera aspirado a ser "raro", tal vez nunca lo hubiera sido.