David Pérez Vega

Sloper. Palma de Mallorca, 2015. 197 páginas, 17'90€

Dentro de esta ficción todo empieza con el blog de poesía ("Poesía sin dioptría") del singular Ernesto Sánchez, dedicado a comentar clásicos y novedades; el único blog (asegura él) que "trata a la poesía con respeto", lo que no le impide despellejar a toda la clase poética de su país... Hasta aquí un bloguero más, movido por el rencor de quien se ha presentado a varios premios sin ganar ninguno. La situación excepcional se produce cuando la popularidad de su blog crece y en el registro de visitantes aparece de forma insistente el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un. Al parecer, escribió un libro de poesía animado por su profesor de español, también poeta, mexicano, y un poema ("Mi padre, el amado Líder Supremo") decretado lectura obligatoria en todas las escuelas de su país. Ni qué decir tiene que tan ilustre visitante despierta su ego, lo que propicia el contacto vía email entre ambos.



El libro que leemos es el relato de sus conversaciones diarias, articulado como un entretenido monólogo, en el que el narrador protagonista, Ernesto, acusa recibo de los temas tratados en sus correos, al tiempo que le pone el corriente de la situación cultural en España, dispara sus dardos contra toda suerte de tribus literarias, ridiculiza el exhibicionismo que unos y otros practican en las redes sociales, y va desnudando su resentimiento y su rabia, mientras abandera la defensa de los únicos poetas imprescindibles (Pavese y Octavio Paz) "para comprender el siglo XX y la tristeza".



Fuera de la farsa representada en esta ficción, sarcásticamente titulada Los insignes, salpicada de ingenio a raudales y de una expresividad que anima a no dejar de leerla en ningún momento, está David Pérez Vega (Madrid, 1974), quien mantiene cierto paralelismo con su personaje ya en el orgullo con el que porta las tres "condecoraciones" que ilustran su curriculum: profesor de Economía y Matemáticas, escritor y bloguero. Domina el discurso y se mueve por la sátira con admirable soltura, pero el relato se queda en el propio discurso y cuando se intuye hacia donde va, resulta demasiado obvio, excesivamente previsible. Lo que no resta mérito al buen rato que hace pasar la aguda comicidad con la que disecciona el fresco de situaciones y personajes que componen su peculiar visión de la infamia cultural.