Pablo Rivero. Foto: Pelayo Campa
El testimonio de inmediatez social ha vuelto a nuestras letras con fuerza impensable hace unos pocos años. En él se perciben diversidad de actitudes. En unos casos se trata de recreaciones de la crisis con una base ideológica (tendencia que encabezaba Rafael Chirbes y siguen Isaac Rosa, Marta Sanz y varios narradores recientes más). En otros, de un documento oportunista añadido al relato como simple material pegadizo. Érase una vez el fin aporta un registro poco practicado: una agresividad contra el mundo que no deja títere con cabeza y acucia los más íntimos sentimientos del lector. Esta singularidad se debe a la mezcla que Pablo Rivero (Gijón, 1972) lleva a cabo de desaliento existencialista y de una expresión entroncada con el revulsivo realismo sucio.Con estos mimbres construye Rivero una historia fuerte que se asienta en un criterio clásico, el gusto por contar una peripecia personal firme que supere la mera yuxtaposición de vagas impresiones sueltas. Dicha historia se refiere a un pianista que anima por las noches el bar de un hotel. Su vida es un desastre y está marcada por una misantropía reactiva ante sus inviables anhelos de conseguir un pequeñoburgués bienestar: "Odio a la gente que es capaz de disfrutar de la vida", confiesa. En lo inmediato le acorrala el saldo de una deuda de juego que el acreedor exigirá sin contemplaciones. También vive una situación de extrema penuria: expulsado de la casa familiar y acogido por una inmigrante rusa ilegal en su miserable cuchitril, se droga y bebe hasta el vómito. "Hijo de sufridores y nieto de hambrientos", y víctima de la violencia paterna, le acucia la culpa por el suicidio de una antigua novia. Presente y pasado se proyectan sobre el gran motivo de la novela, el futuro, marcado por la conciencia del fracaso y por la desesperanza. El marco de esta existencia desolada es la propia ciudad natal del autor, que alcanza tintes espectrales en sus zonas obreras y se puebla de una tropa miserable de prostitutas, delincuentes y desheredados de toda clase.
Una inspirada batería de recursos expresivos proporciona dimensión artística al documento sórdido de actualidad centrado en la degradación de un colectivo urbano marginal. El ritmo narrativo sincopado trasmite la vivencia atormentada del protagonista. La prosa escueta y directa, abundante en escatología, imprecatoria y subsidiaria del envilecimiento moral que refleja, se abre también a imágenes visionarias. La lucidez de la voz narrativa confiere densidad a la confesión virulenta y desgarrada. Y todo ello se ahorma en un relato concentrado, una nouvelle intensa y esencial. Érase una vez el fin me descubre a un escritor con fuerza y vigor expresivos inusuales; con un coraje fuera de lo común para enfrentarse a la negra realidad. Pablo Rivero recrea con garra tanto el fulgor de la miseria como la exasperación de un sujeto que, aunque quisiera la felicidad, marcha camino de ninguna parte.