Eduardo Garrigues. Foto: Casa de América

La Esfera. Madrid, 2016. 336 páginas, 22'90€

Las letras españolas han mantenido una llamativa desatención hacia los pueblos que un día pertenecieron a su imperio y con los que conserva relaciones especiales. Quienes han abordado la materia suramericana son excepciones, tanto entre autores del pasado todavía cercano (Valle-Inclán, Madariaga o Ramón J. Sender) como actuales (José María Merino o Armas Marcelo). En mayor medida ocurre todavía respecto de Norteamérica. Tiene algo de orgulloso empeño solitario el desconocido trabajo de Amancio Labandeira en el teatro y en la narrativa. En ese ámbito geográfico ha situado Labandeira varias novelas y meses atrás mostraba, en Capitanes y frailes en California, un coral retrato de la dura cotidianeidad en los territorios hispánicos durante los tiempos de la Ilustración.



Este momento histórico ofrece tan sugestivas incitaciones a un novelista que ha inducido a Eduardo Garrigues (Madrid, 1944) a recrearlo de la mano de un personaje destacado en El que tenga valor que me siga. La época son los finales del siglo XVIII. El personaje, el militar malagueño Bernardo de Gálvez. El escenario, las posesiones españolas en el Mississippi y el golfo de México. En la trayectoria que encumbró a Gálvez hasta la aristocracia destaca su misión como gobernador de la Luisiana y una operación concreta, la toma de la fortaleza inglesa de Pensacola, en la que demostró singular arrojo frente a la pusilanimidad de sus colegas marinos, ocasión en la que pronunció la frase que da título al libro.



Garrigues hace una novela clásica, un relato de personaje en el que éste polariza la casi totalidad del argumento. Aunque no oculte simpatía hacia Gálvez, ni un propósito de rescatar y homenajear a una persona emprendedora y valiente, evita la hagiografía y hace un retrato complejo con luces y sombras, de alguien conflictivo. Este aliciente primero, la reconstrucción con autenticidad psicológica de una figura histórica notable, sirve como hilo conductor de otra recreación muy sugestiva, la política exterior de la corte española en la inmediatez de la gran crisis colonial. El autor detalla la miope ambigüedad ante la gran ocasión que ofrecía la independencia de las trece colonias fundadoras de los futuros Estados Unidos. Carlos III, rey respetado, en general, por la historiografía, sale bastante malparado. Y con él sus ministros, los altos mandos militares y la administración.



Eduardo Garrigues trata esta jugosa materia con procedimientos convencionales. Alterna el narrador que todo lo sabe (y hasta se permite una broma irónica) con relatos confesionales y añade escuetos documentos. A trozos es una novela de aventuras y de amor. El descenso al infierno minero de Almadén añade denuncia social. Particular encanto poseen las intrigas y sutilezas diplomáticas. No hay en esta técnica decimonónica desdén del modernismo narrativo. Se trata del ejercicio consciente de un gusto por contar historias con voluntad informativa. El libro es la consecuencia de concebir la novela como un vehículo de noble entretenimiento, sin hipotecas vanguardistas pero con toda la dignidad del mundo. No tenemos, sin embargo, un relato inocente. Tal vez Garrigues no se lo proponga, pero su obra rezuma nostalgia de una España imposible, ilustrada, eficaz y a la hora del mundo; moderna, en suma.