Ricardo Menéndez Salmón

Premio Biblioteca Breve. Seix Barral. Barcelona, 2016. 328 páginas, 19'90€, Ebook: 12'34€

A Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) le gusta concebir sus novelas como aventuras a la caza de un Gran Concepto: el Mal, el Arte, el Tiempo, etc. Esta nueva pieza de su trayectoria, El Sistema, premio Biblioteca Breve, es explícita respecto de su objetivo: en mayúscula rutilante (la primera de otras muchas mayúsculas jesuíticas), se nos comunica que aquí el tema es El Sistema, espléndido contenedor de mil cuestiones sociales, literarias, filosóficas, políticas, estéticas, tecnológicas, teológicas y hasta climatológicas. Todo ello, presentado con la estructura de una novela distópica.



Aunque, en realidad, esa última apreciación no es del todo exacta: El Sistema se mira a partes más o menos equivalentes en los espejos de la distopía (eso sí, más parecida a El viaje del profesor Caritat que a las pesadillas ballardianas ambientadas en "los quitamiedos de las autopistas"), la profecía (con ecos vetero y neotestamentarios y un "sesgo sacramental" en su prosa), el viaje quimérico (que lo mismo engloba a Homero o Defoe citados expresamente que a Swift, Michaux, Gracián, etc.), la parábola sociológica (Houellebecq) o literaria (el último Coetzee), el ensayo filosófico...



Hay diecisiete citas textuales y magníficas de otros tantos escritores enormes, y no es raro apreciar ecos de Bradbury, Tarkovski y Bergman (pero también Vigalondo), Pynchon, Virgilio: una biblioteca desbordante. Siempre reacio a convertir una reseña en una sinopsis, esta vez el crítico tendría difícil resumir la "trama" del libro si decidiera intentarlo. Digamos que se nos sitúa en un mundo dividido en Propios y Ajenos. Que tenemos un protagonista, El Narrador, destinado en la isla de Realidad (porque "el Sistema es un archipiélago", se nos dice al principio de la novela; otros de sus topónimos son Empiria, Atributo, Sustancia…), que tendrá que afrontar la visión de su doppelgänger, reflexionar sobre la Historia, conocer a alguien llamado Buena Muerte, hacerse preguntas sobre Enigmas, emprender un viaje que le lleva a una "Academia del Sueño", luego a un barco llamado "Aurora" y finalmente a un estuario muy sci-fi conocido como "la Cosa" en el que un esqueleto humano, "el último prototipo", se expone como un prodigio "caduco". Por el camino, todos los temas el tema: ¿El 11S? Check. ¿Los barracones de los Lager? Check. ¿El tiempo, el amor? Presentes. ¿El YO, "palabra de palabras"? Sí. ¿El "relato", ese término que anega los seminarios de Ciencias Políticas y las tertulias del canal 24 Horas? Presente. ¿La Historia del Arte, de Chauvet a Lichtenstein? Desde luego. Sólo falta algún guiño a Christopher Nolan, para que pudiéramos preguntarnos con él: why so serious?



Porque lo cierto es que El Sistema, siendo una novela que esconde un buen libro de aforismos y notas dispersas, es en conjunto un repaso de los principales problemas de la narrativa de Menéndez Salmón, que esta vez ahogan sin duda a sus virtudes. El estilo, que aspira a lo sublime, topa a cada paso con una retórica hipertrofiada ("ardor infecundo", "pasión hermenéutica", "mujeres intensas", bardos y librepensadores, "devenir" a cada paso), y eso sin que dejen de aparecer clichés que no pueden escudarse en el intento de trazar un vuelo inmenso ("la pregunta es como una bandera en el viento", el abismo que devuelve la mirada, "una verdad incómoda", "escritor preclaro", "habrían podido sentir el vuelo de una mosca"…). Y ser una "novela de ideas" no excusa que las ideas ahoguen atmósfera, personajes, estructura y hasta a sí mismas. Durante años, la narrativa de RMS se ha movido entre Michon y DeLillo. Una cita del norteamericano abre El Sistema, aludiendo al secretismo que acaba afectando a toda escritura que aspire a tratar la existencia de un tema secreto. Sin embargo, no hay nada secreto ni elidido aquí: que no todo se diga de forma explícita o directa no significa que el estilo no sea permanentemente explícito y directo. No todo es igual de claro, pero está muy clara la voluntad de erigir un Gran Texto Total. Y ni la legitimidad de esa ambición, ni la absoluta coherencia con la propia obra (hay rimas con Niños en el tiempo, con Medusa, con El corrector...), ni los pasajes más logrados (casi todos, relacionados con el significado de la escritura), ni siquiera los intentos parciales de tomar cierta autoconciencia irónica, logran evitar la sensación de que hay algo fallido en El Sistema.